jueves, 15 de mayo de 2008

Intrusiones

Fotografía
I
Buenos Aires es ruido, apuro para no llegar a ninguna parte, humos. Pero no porque la ciudad sea forzosamente sinónimo de caos: Buenos Aires lo es. Enferma de gigantismo por falta de planificación, de deterioro por desidia e ignorancia, este gran monstruo parece no haber sido pensado para las personas. Sus habitantes no viven en ella: luchan contra ella.
La ciudad educa a su habitante y lo que el porteño aprende de ella es que nada merece respeto, que la memoria y la identidad no importan, que su hábitat natural es la violencia, representada por automóviles y carteles publicitarios.

II
Ante ese paisaje violento y caótico, el porteño necesita un refugio: lo encontraba hasta hace poco en el café. Para el descanso en la guerra contra la cabeza de Goliat, el héroe urbano, protegido por las cortinas de la ventana, pedía por favor un café en jarrito mitad y mitad, tal vez intercambiaba con el mozo, aliado, alguna táctica defensiva. El café era un lugar donde la privacidad se buscaba o se compartía con quien quería compartirla
Y la lucha, al poco, proseguía entre oficinas y semáforos, subterráneos y burocracias, a un ritmo que exige premura pero que sólo ofrece demoras.

III
La posmodernidad es la era del vacío: sin referencias ni sujetos, se busca la estética sin contenido, la eficacia sin objetivo. También el espacio pierde materialidad. El espacio permite pensar en el tiempo, pero éste es reemplazado, ecuación incompleta, por la velocidad cuando el espacio se vuelve confuso. Espacios privados y espacios públicos no saben reconocerse mutuamente. La tecnología introduce en el bar lo que debía haberse quedado ahí fuera: celulares y computadoras conectadas con wi-fi suprimen las diferencias entre un café y una oficina. Las ventanas de los cafés permiten, ahora sin cortinas, no perder de vista al enemigo.
Proveedores, colectivos, atascos, jefes, motocicletas, protestas, clientes, semáforos, publicidades de todo lo que nos quieren vender, se entrometen en nuestro espacio privado, nos asaltan sin defensa posible. Y con ellos la ciudad entera, con su desidia e ignorancia evidenciados en los edificios, su vacío. Son intrusiones que intentan educarnos en el caos y la violencia que la velocidad entraña. Intrusiones que nos roban el espacio.



















































3 comentarios:

Anónimo dijo...

Los cafés ya no son recinto estanco para la contemplación soñolienta, la meditación morosa, la tertulia sin norte; una isla en la que detenerse a ver pasar a los ajetreados por la calle exterior.
Entró el espíritu laborioso, con sus herramientas técnicas, y esa intrusión significativa está señalada en su importancia: es un marcador de los tiempos cambiantes, sagazmente identificado

Anónimo dijo...

Las fotografías son formidables collages en que la superficie del cristal sirve de base para la amalgama de las figuras más variadas, en una coincidencia fugaz, nunca más repetida, pero fijada por la instantánea. El mundo de dentro y el de afuera se funden, el plano se fuga en todas direcciones, los personajes entran en relaciones imposibles: el cristal se convierte en radiografía de los sueños de quienes hacen un alto en el café.
A propósito de los sueños, una de las fotografías, en particular, es todo un poema: la del blindado amarillo, un gran objeto de deseo. Si por un momento pudiésemos viajar allí ante el 'escaparate', no nos sorprenderíamos si ni en la calle, ni en ninguna parte sino en el cristal, hubiese furgón alguno.

Anónimo dijo...

Excelentes las fotos!!!! Felicitaciones.