jueves, 25 de enero de 2007

MI FAMILIA. Como pa´que se hagan una idea...

Mi madre ha leído dos o tres páginas al azar de lo que sigue y me ha dicho je, je, lo podías publicar.Lo ha dicho, primero, porque está convencida de que nunca me publicarán nada y, segundo, porque no ha ido más allá de esas dos o tres páginas. Mi madre la verdad es que no me toma nada en serio, porque lo que tienes que hacer es no estarte todo el día encerrado leyendo y escribiendo cosas raras, que te vas a volver loco como don Quijote. Yo alguna vez contesté que don Quijote se había vuelto loco de leer novelas de caballería, que vendrían a ser como tus telenovelas, mamá. Mi madre se zampa siempre su telenovela después de comer. Y que lo de loco, bueno, eso habría que discutirlo. Pero siempre me contesta qué cosas más raras dices, o tú no eres normal. A ella le gusta Coelho, Antonio Gala y la Danielle Steel, lo demás son cosas raras. Un día, vino -no recuerdo cómo vino a parar a casa- un profesor de Historia de no recuerdo qué Universidad; vio que sobre la mesa estaba el Tratado Político de Spinoza, que me había dejado yo olvidado en el salón, y mi madre corrió a disculparse, ¡este hijo mío lee unas cosas más raras!, no fuese a ser que el hombre se pensase que ese libro era de ella. Ese señor y yo estuvimos un rato hablando del judío, que si fue óptico y vivió en Amsterdam, que si tal y que si cual: los tópicos biográficos de turno. Mi madre se tranquilizó un poco, pensando que quizá eso del Tratado Político no fuese tan rojo ni tan raro como parecía. Como se veía excluida de la conversación, en seguida habló ella también.—Salamanca, qué bonita es Salamanca.Ahora recuerdo: el hombre era profesor en Salamanca, y había venido porque mi hermana iba a irse a estudiar psicología a Salamanca, y pareció que hablar con alguien de allá, aunque fuese profesor de otra carrera y en otra universidad, podría venir bien, aunque no caigo ahora mismo en qué. A mi hermana al final la metieron en una residencia de monjas, unas monjas que se maquillaban para ir al cine.A lo que iba, que mi madre me dijo je, je, esto lo podrías publicar, y se fue tan campante, sin el más mínimo interés por seguir leyendo. Yo no le había pedido opinión, ni siquiera le había enseñado el relato: estaba en mi mesa y le dio por hojear. Por casualidad leyó la parte en que habló de sus cuñados, y claro, le hizo gracia. Le hizo gracia que escribiese sobre ellos, pero no sé si entendió gran cosa. Si hubiese empezado por el principio, que es cuando hablo de su hermano y su familia de anormales, seguro que no se lo hubiera tomado tan bien. Por su parte, mi padre no dijo nada. Estaba en el barco.Me propuse escribir sobre mi familia cuando escuché hablar a Bryce Echenique sobre su vida en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. Decía que en su familia, y en sus experiencias a lo largo de la vida estaba el cien por cien del material que le hacía falta para escribir. Y uno de los personajes de su novela La última mudanza de Felipe Carrillo, Sebastián, Sebastianito ito ito platanito, me hizo recordar que en mi familia, aunque sólo sea porque rima, también hay un ser así: Ricardito, a quien yo llamaba Ricardito no te toques el pito.Ricardito es el hijo de mi tío Felipe, hermano de mi madre. Mi tío Felipe es una buena persona, no digo que no; pero tiene un qué sé yo que impide que se le pueda tomar en serio: es de esos que a medida que pierde el pelo se lo enrosca para disimular, siempre lleva unas camisas a cuadros espantosas que ensalzan la tripa y unos pantalones vaqueros planchados con raya. Nació en San Sebastián, como yo, como mis padres, pero enseguida se fue a vivir a Galicia y se le ha pegado el acento. Estudió químicas, trabajó para una empresa que hace cosméticos con algas y se casó con una filipina. En esa época debió estar de moda casarse con una filipina. Mi tía Yini –no sé cómo se escribe, creo que viene de Virginia, pero se pronuncia Yini- es la filipina en cuestión. La he visto en fotos, y cuando era joven no debía estar nada mal. Hoy por hoy no es que dé miedo, pero casi. Lleva unos lupos enormes encima de una capa de maquillaje que me parece excesiva, y tiene un culo grande como un día de fiesta. De pequeño creía que a mi tío, en algún momento, le habían dado el cambiazo y ni se había enterado. Ricardito es mi primo, hermano de Teresita, de quien se hablará más adelante, porque también tiene tela. Ricardito, a ver si esta vez me arranco y hablo de él de una vez, tiene unos tres años más que yo. Cuando era pequeño, en Navidades, solía venir con toda la familia desde Ribadeo, que es un pueblo de Lugo, y se pasaban todas las fiestas en un apartamento vacío que siguen conservando mis abuelos junto al suyo por si hay visitas en invierno, y para alquilarlo en verano. Yo, en cuanto venían los gallegos, me iba para su casa, porque me encantaba comer arroz, y porque me lo pasaba en grande viendo cómo mis primos se mataban a golpes. En eso de las peleas yo casi siempre tenía la culpa. No porque me la echasen, no: es que la tenía yo de verdad, y ellos ni lo sabían. Si ellos no discutían y se pegaban y se tiraban del pelo de motu propio, yo me las ingeniaba para fomentar algún episodio de violencia fraternal. Escondía, por ejemplo, un juguete de mi prima Teresita en el cuarto de mi primo Ricardito, y al revés; luego a Teresita le decía que Ricardito le había robado el juguete en cuestión, y lo mismo decía a Ricardito sobre su hermana Teresita. La cosa es que a los pocos minutos empezaban a escucharse gritos, se tiraban tomates y plátanos y alcachofas de esos de plástico que teníamos los niños para jugar a los tenderos o las cocinitas, y luego lo que volaban era coches de juguete, y libros del colegio, hasta que alguno se quedaba sin munición y empezaba el cuerpo a cuerpo. El combate solía darse por finalizado cuando alguno de los dos, o los dos a un tiempo, empezaban a llorar, o cuando aparecía la tía Yini amenazando con una zapatilla. A la tía Yini le quedaba muy bien quitarse la zapatilla de felpa con lacitos y dar azotes con ella, o tirarla desde lejos bastante certeramente a la cabeza de alguno de mis primos. Yo solía verlo todo desde una butaca del salón y la verdad es que me lo pasaba muy bien.Hay que decir que Ricardito muy bien de la cabeza nunca estuvo. Heredó la miopía de su madre y la cara de pocas luces del padre, y una tartamudez que no sé bien de parte de quién le vino pero que hacía casi imposible la tarea de entenderle. Cuando no tartamudeaba en alguna frase, y le salía del tirón, tampoco se le entendía gran cosa. Mi padre siempre dice que eso del habla le vino porque con una familia tan rara, un niño no sabe qué decir, y acaba por no poder decir nada. Mi padre siempre que había reunión con su familia política ponía alguna excusa, la más frecuente era que no podía porque lo siento, me voy al barco. Y era cierto, porque mi padre, con tal de no mentir, se iba a navegar aunque hiciese un tiempo de perros.Mis abuelos siempre decían pobrecito pobrecito, qué penita de niño, y poco más. Y es que Ricardito muy bien de la cabeza nunca estuvo. Recuerdo que su padre, el tío Felipe, de vez en cuando gritaba ¡Ricardito, no te toques el pito!. -por esto en seguida conecté a Bryce Echenique y su Sebastianito ito ito platanito con mi familia, y me decidí a escribir sobre ella-, y efectivamente, Ricardito estaba con la mano metida dentro del pantalón de pijama. En esa casa siempre estaba la gente en pijama, cosa que a mi padre le sacaba de quicio, si alguna vez se le agotaba temporalmente la excusa de lo siento no puedo me voy al barco, y tenía que hacer una visita a su cuñado Felipón y al resto de Decibelios. Porque mi padre llamaba Los Decibelios a su familia política. La verdad es que se pasaban el día gritando. Todavía no sé bien por qué, si lo que son es miopes y no sordos. Quizá también sean sordos y no lo sepan.Normalmente alguno de los banquetes navideños se celebraba en ese apartamento, y ahí mi padre no podía escaparse, el veinticinco de diciembre o el uno de enero son días en que parece muy raro eso de irse solo a navegar: por más que a mi padre le hubiese encantado, mi madre ahí se ponía inflexible, es decir, se ponía especialmente gritona, muy al estilo de su hermano, se volvía más felipona y decibelia que nunca y no había dios que la aguantase, así que a mi padre no le quedaba más remedio que joderse.En uno de esos banquetes recuerdo que se sentó a la mesa, y no sólo no dijo una sola palabra, sino que antes de levantar la servilleta y ponérsela sobre las piernas, sacó del bolsillo una cajita, la colocó sobre la mesa, sacó de ella unos tapones para los oídos, se los puso y guardó otra vez la cajita en el bolsillo, así, delante de todos. Mi madre le pegaba codazos y le susurraba Pablo por favor, Pablo por favor, con la cara desencajada y una mirada que si no fuese mi madre habría pensado que estaba loca, que iba a matar a alguien, o que allí la única persona rara no era yo, ni mi padre, sino ella.En esa familia a los niños siempre se nos quería dar leche para almorzar, mucha leche. Mi padre siempre dice que es por eso que al final Ricardito y Teresita se convirtieron en dos gordos asquerosos. Ricardito es gordo, pero menos; Teresita, en cambio, cuando cumplió dieciséis años aún media metro y medio pero debía andar ya por los noventa kilos. Aun así se la seguía llamando Teresita. Cuando Teresita se enfadaba hasta a mi abuela le daba miedo y luego cuando no estaba delante la llamaba monstruo.—Esa niña es un monstruo, qué ojos de monstruo, parece una asesina.Mis abuelos son la mar de buenos. Mi abuelo, Ricardo, en su pueblo, Alberite, en La Rioja, le llamaban Felipe, cosa que a mí me causaba bastante confusión, así que desde pequeño pasé a llamarle Pipi, y en paz. El Pipi es médico y militar retirado. Cuando se jubiló de médico siguió haciendo consultas a domicilio por 500 pesetas. Las hacía caminando, hasta cuando cumplió ochenta las seguía haciendo caminando. Pero por entonces tenía pocos pacientes, porque se le habían muerto todos.—Si yo tengo ochenta años, imagínate lo viejos que deben ser mis pacientes, que cuando me casé ya tenían todos cinco o seis hijos.Mi abuelo es un buen abuelo y siempre lleva corbatas de punto, pero no sé, a mi los militares siempre me han dado repelús, y más los de aquella época. El Pipi tiene todavía un libro dedicado por Gil Robles, varias fotos de cuando era joven con bigotito castrense, y cuando ve a un músico callejero gruñía siempre ¡hay que ver lo que hace la gente para no trabajar! Mi abuela Pilar nunca habla mal de nadie cuando está delante, es pero que muy educada y de muy buena familia. Es madrileña del barrio del Retiro, y cuando se casó con el Pipi se fueron a vivir a San Sebastián. Siempre me da la razón en todo, pero como lo mismo hace con los demás y luego oigo que cuando los demás no están los pone a caldo, uno no sabe qué pensar. Me sigue mandando dinero bastante a menudo, así que sé que me tiene cariño. Cuando me fui a vivir a Buenos me llamaba de vez en cuando, en general los sábados a las nueve de la mañana. Pero no por los husos horarios, porque cuando vivía en El Escorial también me llamaba los sábados a las nueve.—¡Hola Ignacio!¿Ignacio? ¡Hola!Cuando se pone al teléfono mi abuelo, que el pobre anda muy sordo, no conseguimos decirnos nada, todo lo que no sean monosílabos no lo oye, y así poco se puede conversar. Mi padre dice siempre que eso es por culpa de Los Decibelios. Mi abuela tampoco tiene mucha conversación, así que en general las llamadas duran poco, aunque lo suficiente para que luego me cueste dormirme de nuevo, y así la resaca no hay quien se la sacuda de encima.Pero volvamos a Ricardito. Mi familia, y esto pasa tanto por parte de madre como de padre, siempre ha sido muy aficionada a pegar los mocos debajo de cualquier mueble. No sólo debajo de la cama, como todo el mundo, sino también solíamos pegar los mocos debajo de la mesa camilla al comer, o del sillón cuando veíamos la tele, que eran muchas horas al día, porque así no había que hablar. Yo durante mucho tiempo no se lo comenté a nadie, pero hace poco un amigo me dijo que en su casa también, incluso su mujer, y ya se me han ido los prejuicios. Pero, de todas formas, Ricardito se pasaba. Un día vino a casa, porque mi madre se empeñaba en que Pablo, Felipe es mi hermano, cómo no le vamos a invitar un día a casa, hago unas alubias que rinden mucho y quedamos bien -a mi madre le encanta quedar bien con todo el mundo, en eso ha salido a la abuela Pilar, sólo que mi madre tiene muy mala idea, y luego la intenta disimular-.—Bueno, yo me voy al barco.Ricardito, decía, un día que vino con Felipón, Teresita y la tía Yini –vinieron con la idea de ponerse hasta arriba de alubias de Tolosa, pero mi madre siempre cocina poca cantidad porque si luego sobra es una pena-, estuvo toda la tarde, que se hizo eterna, acariciando al gato. Fue un aburrimiento de tarde, no se iban nunca, se pasaron horas discutiendo sobre los precios de los calcetines en Manila, y comparándolos con San Sebastián, Ribadeo y Miami, y yo no podía provocar una riña entre Ricardito y Teresita porque ni se me ocurría que acabasen arrojándose el uno a la otra mis propios juguetes. Cuando se fueron, el gato saltó sobre mis piernas, seguro que estaba también hasta los huevos, y me puse a acariciarlo. Notaba al tacto unas cosas que tenía el gato pegadas al pelo: el muy hijo de puta había pegado sus mocos al gato. No pudo haberlos pegado debajo de la silla, que hubiese sido lo normal, no: se había pasado la tarde sacándose pelotillas y pegándolas en la piel del gato.Mis tíos siempre hablan de unas cosas absurdísimas y, lo que es peor, terminan peleando y vociferando como perros. Los precios es uno de sus temas favoritos. Y comparar, a ellos les encanta comparar todo, lo que sea, con Estados Unidos y con Filipinas. También hablan mucho de unos parientes muy ricos que tienen empresas, chófer, criados, caballos, juegan al polo y se hacen unos viajes en los que se gastan millonadas en Las Vegas, que es una ciudad de Estados Unidos llena de luces de colores donde puedes ver una pelotita que da vueltas y si tú dices que la pelotita va a caer en el 8 y luego va y cae en cualquier otro número que no sea el 8 pierdes un huevo de dinero. Se han hecho ricos con eso.Sobre todo a mi tía le encanta hablar de esos parientes suyos, y estas Navidades contaba que por fin habían tenido un varón, que siempre salían niñas, y que el marido estaba jugando al polo y le llamaron por el móvil y se alegró mucho, e invito a todo el club a champagne porque por fin tenía heredero. Nos contó incluso la marca y lo que le había costado cada botella al pariente, parece que cuando hablan por teléfono se cuentan esas cosas.También hablan mucho del precio de los pisos y las casas en Miami. Para no haber estado nunca en Miami parecen estar muy al día. La ropa es muy buena en Filipinas, siempre me decían que la hacen allí los niños que se portan mal y no quieren ir al colegio, y si comparas una camiseta Naik comprada en España o en Manila no se nota la diferencia porque es la misma, sólo que allí cuesta cinco veces menos. Siempre que vienen a San Sebastián, lo hacen cargados de cajas y cajas de ropa, y siempre cae algo; todo son imitaciones, pero no se te ocurra decir que lo son, porque hasta se ofenden. Aunque como imitaciones están muy apañadas.—El cocodrilo casi ni se nota que no es de Lacós.—Qué cosas dices, Ignacio —mi madre no permite que se hable mal de su hermano, por lo menos si él lo puede oír. No se entenderá, pero para mi madre decir que ese jersey que quiere venderme es imitación es hablar mal de su hermano.Felipón y Yini, cuando traen ropa a San Sebastián siempre me regalan algo, de todas formas, es parte de las costumbres navideñas pero se agradece igualmente. Pero el resto se lo intentaban vender a mi madre, o a mí cuando me hice mayor.Lo de la ropa en esa familia es toda una historia aparte. A veces las cosas no les van del todo bien, y parece que los familiares que juegan al polo no se acuerdan demasiado de ellos, así que se ponen a vender ropa que les mandan desde Filipinas. En una época traían unas perlas que a mí me daban muy mala espina, porque una vez, juro que sin darme cuenta, apagué el cigarrillo en un collar y se quedó en la mesa una plasta como de plástico quemado.—Eso es porque no son cultivadas, sino naturales, pescadas a mano en el fondo del mar.Mi abuela decía claro, claro, si se ve que son buenísimas. Luego se iba a casa y llamaba a su otra hija para contarle que la bruja de la Yini le había intentado vender unas perlas falsas.La otra hija de mis abuelos los Pipis es Mari Pili. Que se llame así puede que no ayude mucho, pero la verdad es que es lo mejor de la familia. Está casada con mi tío Fernando, Fernando Gutiérrez, y tiene una fábrica de paraguas, paraguas Gutiérrez, en la calle San Bartolomé de San Sebastián. Que mi tía Mari Pili se casase con un –ez, según me contó mi madre, fue todo un escándalo en la familia. Mi abuelo es de apellido Ponce de León Montalbo, y mi abuela Aragón Tió, hija de un arquitecto muy bueno de Madrid que parece que lo mataron los rojos un día que abrió la puerta de casa y le dijeron enséñenos las manos. Mi bisabuelo no tenía callos en las manos y por eso le pegaron un tiro. Así que en casa de mis abuelos se dice que Franco hizo muy bien, que era muy bueno y que en tiempos todas las familias bien tenían servidumbre, no como ahora, que el servicio está fatal. La cosa es que a mi abuelo le sentó fatal que su hija Mari Pili se casara con un –ez, porque era un poco como meter sangre arrabalera en la familia. Mi tío Fernando es un tío cojonudo. Siempre cuenta cosas graciosas, le gusta beber y fumarse sus buenos puros. Tiene una madre que se llama María Luisa, con el pelo muy blanco, que también es la monda. Siempre cuenta que en su casa había un loro con más años que Matusalén, que aprendió cantidad de palabrotas una vez que hubo obras en casa, y a las visitas las llamaba cabrón o joputa, o que había aprendido a gritar ¡Manolo, al teléfono! imitando la voz de no sé quién y el tal Manolo, que tampoco sé quién sería, se pasaba todo el puto día subiendo y bajando escaleras por culpa del maldito loro. Cuando el tío Fernando y la Mari Pili se casaron, dieron una copia de la llaves del piso a mis abuelos. El Pipi, que de vez en cuando pasaba por allí porque tenía que visitar a algún enfermo que vivía cerca, aprovechando lo de las llaves, en vez de llamar, entraba a su casa sin avisar y se metía hasta el dormitorio, domingos incluidos. En alguna situación típica de recién casados –luego a uno se le quitan bastante las ganas- debieron verse con el padre y suegro delante, respectivamente, porque no tuvieron más remedio que pedirle, por favor, padre, las llaves del piso. Fernando y Mari Pili tienen dos hijos, algo mayores que yo, que son mis primos favoritos. Nos hemos visto siempre muy poco, por esas cosas de la familia, y porque yo siempre estaba leyendo y mi primo Fernandito también. Iba de vez en cuando a su casa y le pedía prestado algún libro. El Tratado Político de Spinoza, sin ir más lejos, lo tomé prestado de su biblioteca. Mi prima se llama María, y es de lo más simpática, y además siempre ha sido muy guapa, es enfermera y ya tiene dos hijos. A Fernandito le llaman Can, nunca sabré por qué, y todo lo que hacía, lo hacía a la perfección. Cuando le dio por dibujar, copió un retrato de una revista y su padre le dio un bofetón porque pensaba que le había recortado la revista, de lo bien que estaba hecho su dibujo. Can se fue a Barcelona a estudiar Psicología, sin tener ni idea de catalán y ahora es profesor allí. Como le hacía falta saber algo de estadística para su trabajo, también se licenció en Estadística. A mí un verano me dio clases de matemáticas, porque no era lo mío. Luego mi madre le preguntó que cuánto esperaba cobrar por las clases que me había dado, y el pobre no quiso decir nada. Seguro que mi madre le pagó la mitad de lo que tenía pensado, porque mi madre, así como siempre pone pocas alubias en la olla, es igual de agarrada con todo. Luego, eso sí, se va todos los jueves a la peluquería y las tiendas de modas la llaman a casa cuando empiezan las rebajas, porque para algunos clientes importantes las rebajas empiezan un día antes, a puerta cerrada. Mi madre no se va de tiendas, se va de zapaterías, de bolsos o de faldas, según le apetezca. Pero lo que es con las alubias y con tener detalles, se estira bastante poco. Por eso en Navidades, en casa de mis tíos, casi nunca había regalos para mí, y en mi casa ni por asomo había regalos para mis primos. Con los años me enteré que mi madre dijo que si ella se gastaba dinero en mis primos, y mis tíos en mi hermana y en mí, al final, era comido por servido, todos perdían y nadie ganaba, así que por qué no dejar de hacerse regalos mutuamente si era un incordio: que cada uno se gaste ese dinero en los suyos y punto.Cuando me enteré me pareció un espanto, todo era especular y la ilusión de los niños no contaba para nada; pero por otro lado me evitaba bochornos de otro tipo. A Felipón fue más difícil convencerle de esa teoría del ahorro navideño: él nos ponía un jersey de Ralfloren, con el caballito torcido y mirando para Hendaya, y en paz. Pero nosotros teníamos que corresponder, y era bastante bochornoso acompañar a mi madre, por ejemplo, a una tienda de discos -ella nunca puede cargar con todo y tenía que ir yo también-, y escuchar cómo pedía por favor, quisiera un disco de música para un niño de veinte años, o en una librería pedir quisiera llevarme un libro, es para una niña de diecisiete. Se gastaba cuatro duros y encima -eso a mí siempre me ha sacado de quicio- pedía que le hicieran rebaja.—Y un descuentito, ¿no me haría un descuentito?Volviendo a la historia de la ropa en la familia de los Decibelios, repito algo que quizá se haya pasado por alto: los vaqueros planchados con raya de mi tío Felipe. En esa casa, además de camisas horribles de cuadros, de tallas XXXL, se llevaba, y se seguirá llevando, lo de planchar con raya todos los pantalones, incluso los vaqueros. Otra cosa no, pero limpieza y pulcritud, a borbotones. Las camisas y los jerseys serían espantosos, pero limpios, y planchados, eso no puede negarse.Todo era gracias a la Felisberta, una criada filipina que se habían traído una vez, y que tuvieron unos treinta años, hasta que se enfermó y la mandaron de vuelta, con billete de avión pagado y todo. La Felisberta casi no hablaba castellano, a pesar de todo el tiempo que estuvo en España, pero entendía perfectamente. Leía la mano y no acertaba ni una: a mí me dijo que iba a estudiar para ingeniero en Estados Unidos, y acabé estudiando Derecho en la sierra madrileña. O quizá fue esto lo que me dijo, pero la verdad se le entendía casi tan poco como a Ricardito. Lo mismo Ricardito también me habla en tagalo y hasta hoy no me había dado cuenta. Felisberta leía la mano, hacía masajes, planchaba los vaqueros con raya, y dormía en el suelo porque decía que era bueno para la espalda. A lo mejor es que faltaba un colchón en el apartamento y esa era la excusa que ponía mi tía, pero no creo. A mí nunca me dio ningún masaje, yo siempre la recuerdo como una señora mayor. Hasta los pijamas planchaba la Felisberta con raya, y Ricardito era Ricardito no te toques el pito, sí, pero con el pijama bien planchadito, que pocos pueden decir lo mismo.A Ricardito, ya digo, nunca le funcionó bien la azotea, mi padre siempre dice que eso es por andar con él todo el día a grito pelao, Ricardito esto, Ricardito lo otro. Yo, cuando me quedaba en el apartamento a dormir, era por el arroz que hacía la Felisberta, por ver a mis primos matarse a palos, y porque mi tía me insistía mucho. Yo dormía en el mismo cuarto que Ricardito, que tenía dos camas, y un día supe que era porque le daba mucho miedo dormir solo: por eso mi tía insistía tanto en que me quedase. Y si pasaba miedo por las noches, o se despertaba gritando, o se meaba encima, dos acciones que no eran incompatibles. Yo lo de mearme en la cama lo había superado ya hacía años, pongamos que a los siete, así que conseguir que Ricardito se mease, cuando ya tenía doce o trece, me reafirmaba en mi logro. Para eso solía llenar una botella de agua y vaciarla en varios vasos cerca de su oreja, cuando ya estaba dormido. Nunca conseguí gran cosa, y eso me enfadaba bastante, así que al día siguiente a Teresita le desaparecía alguna muñeca que luego aparecía en la habitación de Ricardito. Una vez Ricardito se estaba duchando y salió del cuarto de baño despavorido, gritando ¡un fantasma, un fantasma, me ha tocado la espalda un fantasma!, o algo así, según creímos deducir todos. No, yo ahí no tuve nada que ver: al parecer, se había echado hacia atrás, y había tocado el grifo de agua fría, y claro, lo normal, qué va a pensar uno, que había un fantasma en la ducha. Ricardito entonces ya debía tener como dieciséis años. Ya vengo diciendo que nunca anduvo muy bien de la cabeza, y es por algo. Mi padre dice siempre que es por ir tanto a misa, los niños se asustan y empiezan a pensar en el más allá, en los fantasmas y en los santos, que vienen a ser un poco lo mismo.Y es que son unos chupacirios de mucho cuidado. Sobre todo la tía Yini. La tía Yini, no sé qué promesa hizo, pero tiene que ir a misa todos los días. Y los domingos se lleva a sus hijos también, que ni rechistan. Y cuando toca cuaresma, no comen carne porque es pecado. Los muy bestias se pueden comer, en viernes de cuaresma, kilo y medio de calamares y beberse una botella de leche cada uno, pero lo que es carne, ni la prueban. Con la comida tienen mucha suerte, porque todo les parece que está buenísimo. Así que en Navidades, en vez de cocinar que es un engorro a pesar de la chacha filipina –en mi casa siempre se ha dicho chacha, es una falta de respeto pero queda muy bien: con decir chacha, quien te oiga ya sabe que eres de buena familia-, últimamente la costumbre viene siendo encargar un pavo.—En Iuesei siempre comen pavo, y es más barato que en Ribadeo o que en San Sebastián. En Ribadeo sale a dos mil pesetas el kilo, y allá en Iuesei está a siete dólares.Y unas croquetas, y unas cuantas bandejas más de fritos, y listos. El pavo siempre está seco, los fritos gotean aceite recalentado, pero está todo buenísimo. Así da gusto. Todo está siempre muy bueno, pero la comida de Galicia es la mejor. Esa es otra de sus conversaciones favoritas: los cachelos de Ribadeo, las vieiras de la ría de Ribadeo, las empanadas que hacen las monjitas en Ribadeo y la carne de vaca gallega. Mi padre dice siempre que la única vaca gallega que él conoce es Teresita.La tía Yini vino a España a estudiar Económicas, y fue cuando conoció a Felipón. Tiene desde hace muchos años una academia de inglés. Como en Filipinas además de tagalo se habla español, pero también inglés, pues ella habla inglés muy bien. Yo noto un acento un poco raro, pero como también se lo noto cuando habla español, debe ser que ella habla así de raro siempre. Cuando en las comidas la tía Yini quiere decir algo a sus hijos -en general es para reñirles-, lo hace señalando con el dedo índice, y en inglés. Si a Ricardito no le entiendo nada en castellano, en inglés ya es la hostia. Yo no sé para qué les riñe tanto por chorradas, si en lo básico se comportan como cerdos. Todavía hoy agarran la cuchara con el puño y sorben la sopa, creo que no han leído un libro decente en su vida y se pasan todo el día chillando y en pijama cuando están en casa: pero encuentra Yini motivos para reñirles que no tienen nada que ver con todo esto. Debe haber una serie de códigos totalmente desconocidos para mí y que infringen frecuentemente, unos códigos que deben ser mucho más importantes que la cultura y el no dar asco a los demás cuando se come.Si a mi abuelo casi le da un ataque cuando Mari Pili se casó con un –ez, es normal preguntarse cómo se tomó que su hijo se casase con una filipina; pues muy bien. En esa época, ya digo, debía ser una moda, porque mi madre tiene un par de primos que también se casaron con filipinas, y nadie dijo nada; salían todos en pandilla, y las filipinitas eran de familia bien, porque se ve que como habían venido a España a estudiar, tenían posibles. Y hasta cabría pensar que era porque añoraban las épocas del Imperio, pero que va, mi tía dentro de lo que cabe es bastante progre; por lo menos en lo que tiene que ver con España, porque cuando habla de Estados Unidos se le ve el plumero -se le llena la boca de Maiami Maiami, y de en Iuesei esto, en Iuesei lo otro-; y del Vaticano, ahí también se le ve el plumero. Mi tío Felipón en eso es bastante normalito, se apuntó a PSOE de Lugo. Algo de sentido del humor tiene, porque un día, para joder, le enseñó el carné de afiliado a mi abuela y se partía de risa, así como se ríe él, en plan bruto, cuando vio la cara que ponía. Mi abuela, como nunca critica a nadie que esté delante, no podía decir nada, pero se veía que echaba humos por las orejas. A mí luego, como confidencia, me dijo Ignacio, a este hijo mío lo va a castigar Dios, y añadió Ignacio, a tu abuelo mejor no le decimos nada, que le da un patatús. Para mi abuela ser de pesoe era casi lo peor del mundo, pero en Galicia era todavía peor, porque con lo bueno que es Fraga. Yo, claro, no le quise contar que si me habían despedido del colegio de monjas donde daba clases en El Escorial era, precisamente, por llamar a Fraga dinosaurio franquista.En casa de mi abuela siempre había muchas fotos de nietos, lo normal. Cuando yo iba a visitarla, había un montón de fotos mías en el salón, y de nadie más, y cuando iba algún otro primo, había un montón de fotos suyas en el salón, y de nadie más. Cuando íbamos varios, todas las fotos estaban apiñadas y no cabía un solo nieto más. Lo normal.Entre las fotos de mis primos las de Ricardito y Teresita eran todas de cuando eran pequeños, y todavía eran unos niños graciosos a los que se podía fotografiar. No hay ninguna foto en las que tengan más de diez años. Mi prima Teresita empezó a ponerse porcina a eso de los doce, creo, aunque yo siempre la recuerdo enorme. Cuando se peleaba con su hermano, se le sentaba encima y el pobre no veía la forma de sacársela de encima. Mi primo Ricardito se fue a estudiar derecho a San Lorenzo del Escorial, y sus padres compraron allí un piso con una herencia, un piso en una urbanización con piscina. Yo, como también fui a parar allí, en cuanto hacía buen tiempo me acercaba a ellos amablemente para poder bañarme, y porque la socorrista estaba muy buena. Cuando terminaba el curso alquilaban el piso a algún veraneante, y me quedaba sin piscina y sin poder ver las piernas de la socorrista. Ricardito también bajaba a veces a bañarse, pero Teresita no, decía que en el agua había muchos bichos. Mi padre siempre decía que el único bicho de la piscina sería ella, de meterse en el agua. Y en eso tenía razón, porque todos teníamos claro que Teresita no iba nunca a la piscina porque le daba vergüenza ponerse el traje de baño. Mi abuela decía que claro, pobrecilla, cómo se va a meter en la piscina si está hecha un monstruo. Debe ser en lo único en que mi padre y mi abuela están de acuerdo. Cuando mis abuelos van a comer a casa de mis padres, mi padre siempre se ha ido al barco, y cuando mi abuela llama por teléfono a mi madre, que es todos los días dos o tres veces, lo único que se dicen es, mi abuela, hola Pablo, mi padre, hola suegra, mi abuela, ¿está Mari Carmen?, mi padre, sí suegra, ahora se pone. Y esto cuando mi padre coge el teléfono, que es casi nunca, cuando pasa cerca por casualidad. A mi abuelo le veía mi padre más a menudo, porque, con eso de las visitas a domicilio, el Pipi tenía la excusa perfecta para pasarse sin avisar, y ahí era tarde para poner la excusa del barco.Ahora ya no, que está muy mayor, pero antes, en especial los fines de semana, se aparecía cuando yo estaba en la cama leyendo, que para eso son los fines de semana, y me preguntaba qué haces, qué haces, Ignacio, con el día que hace, ven conmigo a pasear. Mi madre ejercía también mucha presión, anda, no seas vago, vete con el abuelo a caminar. Alguna vez, por agotamiento, terminaba claudicando, así no hay dios que pueda leer, y nos íbamos a pasear al monte Urgull. Con ocho años divierte mucho eso de irse a contar gatos negros y gatos con manchas, pero ya con diecisiete la cosa no tenía ni puta gracia. Cuando me fui a estudiar fuera, bueno, el coñazo de los fines de semana se limitó a recibir sus llamadas de teléfono los sábados a las nueve, costumbre que se sigue manteniendo todavía, y ya ha llovido; pero como se suelen acordar de mí porque me mandan dinero de vez en cuando -ya digo por esto que creo que me deben tener cariño-, pues me aguanto y hasta les doy las gracias por llamar.Dos.- Todo esto que estoy contando, decía al principio, viene a partir de asociar al Sebastianito ito mi platanito de Alfredo Bryce con Ricardito no me toques el pito. Pero la verdad es que me han entrado ganas de seguir ahondando en mi familia, en mi infancia en San Sebastián, mi adolescencia. Si algo me molesta es escribir una autobiografía con treinta y un años, me jode mucho: eso es algo que se debe hacer cuando ya se ha vivido todo lo que se tenía que vivir, o algo que uno está forzado a hacer cuando se ha quedado sin ideas. Pero lo cierto es que me estoy divirtiendo, que me gusta, y que me viene bien recordar algunas cosas ahora que vivo en Buenos Aires y todo es nuevo. Quién sabe qué haré con este material después. Acabo de finalizar La machota y todavía no me atrevo a abordar ninguna de las dos novelitas que tengo en mente, no me siento seguro, no me atrevo. Esto me sirve para relajarme un poco mientras voy pensando en qué escribir después, si hincarle el diente al Gran Teatro de Ópera, o a una historia disparatada de las islas Malvinas. O a lo que se me ocurra.No sé si me queda algo que contar sobre Ricardito, supongo que sí. Sí, había mencionado su accidente de coche, de pasada.Ricardito, según mi tía Yini, siempre se juntaba con los más estudiosos, los más listos, los más educados, los más. Un día se metió en un coche con sus amigos, que también, dicho sea de paso, eran los más borrachos, y se metieron un hostión tremendo. Murió uno de ellos, y Ricardito se abrió la cabeza, y le tuvieron que poner una placa de metal para remplazar el trozo de cráneo que se le había destrozado. Fue bastante grave, y no sé cuántos meses pasó en el hospital, ni con una venda en la cabeza que parecía un condón. Yo llegué a su misma universidad al año siguiente. No me habían aceptado en Deusto, ni en ninguna otra universidad, así que fui a parar al María Cristina, que tiene su colegio mayor y todo, junto al Monasterio del Escorial. Antes me había ido a un internado en San Juan de Luz, en Francia, había hecho allí los exámenes de acceso a la universidad, los había homologado después, y entre los cálculos de la convalidación y que, de todas formas, las notas que tenía eran miserables, no me dio la media para estudiar lo que quería -que no recuerdo lo que era, pero no era Derecho-. Cuando llegué al María Cristina, Ricardito todavía tenía esa especie de condón en la cabeza. Yo, para corresponderle, aparecí con una pierna escayolada: un coche había abierto la puerta sin mirar, y yo, que iba en bici, me la comí. Recuerdo que el tipo del coche me echaba la bronca porque le había destrozado la puerta y se tenía que ir de viaje, mientras yo cojeaba y empujaba la bici hasta un puesto de la Cruz Roja que estaba a pocas cuadras. Allí no pudieron atenderme, y me llevaron en ambulancia a un centro médico más especializado, porque tenía el tobillo bastante echo polvo. A partir de entonces dejé la bici, me empezó a dar miedo, y a cambio empecé a fumar. La escayola me sirvió para librarme de muchas novatadas, sobre todo las que consistían en ayudar a hacer mudanzas, cargar muebles, llevar la compra, y esos servicios a la comunidad de los veteranos que vivían en pisos, y no ya en el colegio mayor. De lo que no me libré es de las borracheras. A uno le hacían beber cantidades ingentes de güisqui, o del llamado quitapenas, un vermú casero que servía Pedro, el dueño de un bar del pueblo llamado los pinos, en el barrio de las casillas, subiendo por las escaleras del cine. De lo que tampoco me libré fue de cruzarme, en unas de esas tardes en las que iba haciendo eses, con Ricardito y Teresita, que me vieron -aunque yo a ellos no-, y Teresita –muy dada a los cotilleos-debió correr a llamar a mis tíos, para decir he visto a Ignacio borracho perdido. Y mis tíos debieron correr a llamar a mi madre, Teresita, ha visto a Ignacio borracho perdido, porque al día siguiente llegaron sin avisar mis padres, preocupadísimos, que habían salido pitando para hablar conmigo y con el director del Colegio Mayor. Supongo que mi madre le había hinchado a mi padre las pelotas con Pablo, Pablo, vamos a ver a Ignacio, que se pasa el día borracho, me lo ha dicho Felipe que se lo ha dicho Teresita, qué disgusto qué disgusto, y no tuvo más remedio que subirse al coche y soportar a mi madre diciendo no vayas tan rápido, y cuántas curvas. A mi madre siempre le parece que hay demasiadas curvas, y que mi padre va demasiado rápido.A Teresita nunca la había aguantado, pero después de eso pasé directamente a odiarla. Alguna vez me pasaba por el piso de los dos, para revisar algún examen de civil, penal, administrativo, lo que fuese. Y es que, entre el accidente y alguna cosa más, Ricardito tenía muchas materias pendientes de años anteriores. Me gustaba estudiar con él, porque nos poníamos cara a cara, empezábamos por la misma hoja, y al cabo de unas horas yo ya había terminado de estudiar y él iba por la mitad. Claro que yo aprobaba raspando, pero el tampoco es que sacase sobresalientes precisamente. Además, veía a Teresita sentada frente al televisor, enganchada a la telenovela de turno, comiéndose unos helados y unos postres que empachaban de sólo verlos.—Qué, Teresa, ¿ haciendo dieta?Ella gruñía algo con acento gallego, iba a la cocina a llenarse el vaso de cocacola lait, y seguía viendo cómo María Esmeralda no se atrevía a decir a Antonio José que en verdad su hijo no era suyo sino de Pedro Alfredo, el hermano de Fernando Agustín.Todo lo que fuese cotilleo, real o ficticio, es algo siempre muy bien recibido en la familia. Mi tío Felipe sabe quién es quién en el mundo de la prensa del corazón, con quién está de novia cada cantante de moda, con quién le puso los cuernos tal actor a su mujer, todo. Pero su fuerte creo que son las revista guarras. Al menos, un día en que en el apartamento de San Sebastián había tregua, descubrimos una revista con gente desnuda y que hacía unas cosas que a ninguno se le había pasado nunca por la imaginación. No sabíamos bien qué estábamos mirando, pero los tres coincidimos en sentir que era algo prohibido, o por lo menos en debía estarlo, porque seguro que era malo ver aquellas fotos; y lo malo está prohibido, y lo prohibido es malo, así que dejamos la revista en su sitio, en el cajón de la mesita de noche del lado donde dormía Felipón, y yo decidí por mi cuenta que estos dos tenían que pegarse un poco.Más tarde el tío Felipe cambió las revista de pelo por una serie de artilugios, aparatos y tubos que ocupaban toda la mesita de noche: al parecer, Felipón, con la edad, cada vez roncaba más, y llegó un momento en que fue absolutamente insoportable. Ha probado de todo, y cada vez que va a San Sebastián aparece con un invento nuevo, pero nada, el tío ronca como un gorrino. Se pone parches, se acupuntura la espalda, se duerme con unos tubos metidos en la nariz, yo qué sé, de todo.—¿Pero vamos a ver, a ti te molesta roncar tanto?—No, a mí no. Bueno, a veces me despierto con mis propios ronquidos. Pero sobre todo es Yini, que no puede dormir.—Pues que se joda. O que se ponga tapones, mi padre tiene unos muy buenos.Lo de esta familia y los ruidos, si uno se pone a pensarlo, es la leche. Se pasan el día gritando, sorbiendo la sopa, y gritan hasta para opinar si la cadera es mejor carne que el lomo.—Pues a mí lo que más me gusta son las pechugas.Felipón, además, tiene un humor bastante tabernario y ramplón, siempre anda con las pechugas en la boca, o ya le gustaría. Yo estaba convencido que eso era por mirar tantas fotos de tías en pelotas, eso no podía ser nada bueno.No es que no puedan oírse porque tengan la telenovela a todo volumen, a eso están acostumbrados y prueba de ello es que cuando apagan el televisor siguen chillando.A mí lo de despertarme, no sé, en general me cuesta muchísimo. A cualquier hora, no hablo de madrugar. Salir de la cama, vamos. Me molesta la luz, me molesta que me hablen: hay un momento largo en el cual se deben estar reacomodando mis neuronas, y van poco a poco cada una a su lugar. Por eso, que me hagan preguntas cuando todavía no me he duchado, ni desayunado, me jode un huevo.—¿?En el apartamento de los Decibelios despertarse era como el apocalipsis. Los enormes tazones de desayuno desbordaban leche con cereales, que crujían en las bocas abiertas, goteando por las comisuras, y a esa hora ya tenía el personal ganas de reírse. Sí, alegres eran muy alegres: las carcajadas duraban unos minutos larguísimos, hasta que pasaban de golpe a un enfado monumental y volaban las zapatillas del felpa por encima de los zumos de naranja. Se servían leche una y otra vez, y las cucharas soperas daban vueltas golpeando el recipiente, tin tin tin tin, pásame la mermelada, tan tan tan tan, eso cuando no se ponían hasta el culo del arroz que había sobrado de la cena, con huevos fritos y de todo, de forma que si me abstraía un minuto, algo comprensible, a veces no sabía si eso era una cena o el desayuno del día siguiente, todos en pijama, hasta que miraba por la ventana.—Para pechugas, las de Samantha FoxEn esos días la mencionada rubia siliconosa, que enseñaba sus tetas enormes con la excusa de cantar, hacía furor entre adolescentes con granos. A mí todavía no me había llegado eso del acné, y lo de meneármela tampoco, ni por asomo, eso me llegó con retraso, mucho retraso, pero con seria intención de recuperar el tiempo perdido. Después nunca se supo más de ella, duró lo que dura una canción. Pero todos coincidíamos, aunque no supiésemos nada sobre el tema, que aquello no era normal.—¿Qué grandes, no?—No sé, yo creo que sí.—Esa es una vaca —incluso a Teresita, que ya andaría por los sesenta kilos, las tetas de la Samantha le parecían gigantescas.Yo creo que Ricardito, por aquel entonces, como me llevaba tres años, de las pajas algo sabía. De hecho, ya hacía tiempo que no le decían Ricardito no te toques el pito, seguramente porque, ahora que lo pienso, ya habría tomado conciencia de su aparato y se la tocaba a escondidas.Aún así, poco tendría que tocarse esa familia, porque siempre iban en pijama y nunca se les notaba nada.Mi abuelo lo de los pijamas tampoco lo llevaba muy bien. Con sus andares castrense, su disciplina de corneta mañanera, su corbata de punto debajo del chaleco de lana, lo de andar en pijama todo el día no le parecía nada bien.—El pijama para dormir.Y en eso tiene razón. La disciplina del Pipi, de todas formas, llega demasiado lejos; nunca come entre horas, nada de picar antes de comer, nada de meriendas. Después del postre, se come, exactamente, dos nueces y tres almendras; los domingos y fiestas de guardar, una vasito de coñac, pero nunca delante de los demás: se levanta un momento de la mesa -él es el único que puede levantarse de la mesa-, va a su casa, al otro lado del descansillo, y vuelve enseguida. Y el día de año nuevo, un beso a la abuela, delante de todos, así, como un pajarito, entre gritos, risas y aplausos de los Decibelios que para ellos era muy gracioso; para mear y no echar gota, vamos.—Hay que ir al baño por la mañana: primero se hacen aguas menores, luego aguas mayores, y luego vienen la ducha y el desayuno. Al cuerpo también hay que educarlo.Ya digo que la disciplina del Pipi llega demasiado lejos. Cuando era pequeño, en esa época de quedarme a dormir en el apartamento de los Felipones, me seguía hasta el retrete, y me preguntaba si había sido en torta o en rosca.—No sé, Pipi, yo cago y no miro lo que he puesto.—Pues hay que mirar, hay que mirar.Para el abuelo debió ser siempre algo muy importante, eso de hacerlo en forma de torta o en forma de rosca, era algo que preguntaba siempre, yo no sabría decir por qué; manías de médico, o de militar.Otra manía de mi abuelo es ponerse siempre delante del televisor justo cuando está a punto de llegar el desenlace de la historia, de decirse la frase clave sin la cual no entenderás el resto de la película; cuando está a punto de suceder lo más importante de la película, él aparecía, se colocaba entre nosotros y la película, y preguntaba ¿qué estáis viendo? El Pipi hacía todo lo posible por boicotearnos el cine, pero eso, eso, eso... bah, violencia, palabrotas, cama... bah. A mi abuelo no le gusta el cine, ni la música, ni el teatro, nada. En su casa tiene algún cuadro, claro, y son muy buenos, porque mira, mira cómo se parece eso a la calle mayor de Madrid, es igualita, y además hace juego con las faldas de la mesa camilla. A veces, cuando voy a su casa, me llevo prestado algún libro, tiene cosas que no están mal: durante sus, no sé, pongamos 50 años ejerciendo la medicina, muchos clientes le regalaban cosas, y algunas de esas cosas eran libros. También cuenta a veces que le regalaban lo típico, un jamón, una botella de vino. Yo no sé si sería con mala idea, pero algún paciente debió regalarle un libro con las obras teatrales de Lorca, en papel biblia, y me sorprendía mucho al encontrármelo ahí, así que le pregunté, pero si esto de un rojo, y además era maricón.—Algún paciente raro.—¿Y no lo has leído?—Nunca, faltaría más.Y se indigna muchísimo porque, al parecer, en ciertos casos no hace falta comprobar si algo es o no una mierda: se sabe y punto.—¿Has comido mierda alguna vez? ¿Entonces cómo sabes que no te gusta? Pues lo mismo.Mi abuela cuando me ve fisgando entre los libros siempre me dice que en vez de llevarte esos, hijo, por qué no te llevas este de Gabriel y Galán, yo a este señor lo leía de pequeña y en las familias bien siempre había algún libro suyo, por algo será; si quieres, yo te lo presto, mira, mira qué cosas más bonitas dice. Entonces se pone las gafas y me lee que .............—No gracias, abuela.—Tú es que eres muy poco temeroso de Dios.Mi abuela es que es muy temerosa de Dios. Tanto, que cuando mi prima María, tuvo su primer hijo, y no lo quiso bautizar, amenazaba con llevárselo un día a la iglesia y bautizarlo por su cuenta.—Yo un día me lo llevo y se acabó el problema, a ver si por tener unos padres ateos se va a ir al limbo este angelito.Claro que eso se lo comentaba a los demás, porque a mi prima seguro que le diría bueno, haces muy bien, si total, eso de las bautizos ya no se lleva. Antes de eso, había pasado varias noches en vela rezando a su sanpancracio, que es una figurita que tiene puesta siempre en su mesita de noche, con una moneda antigua de 25 pesetas, de esas con agujero, puesta en el dedo índice del muñeco.—Dicen que da buena suerte en el trabajo, y en la salud, y además, como es muy bueno, si le pides otra cosa seguro que también te lo consigue.Había perdido el hilo. Pasó varias noche en vela porque María se casaba por lo civil, y en lugar de banquete había reunido a sus padres y sus suegros se habían ido a comer algo por ahí, sin más alharacas.—Eso ni es boda ni es nada, al infierno van a ir de patas.—Calla madre, que vienen —mi madre siempre está de acuerdo con lo que dice la suya.—Pues me parecen muy bien, eso es porque sois una pareja muy moderna —mi abuela, cuando quiere elogiar algo que no le gusta, dice que es muy moderno.Recuerdo que mi abuela una vez bebió. Ella no bebe nunca, dice que por eso a sus noventa años sólo le falta una muela. En esos temas médicos está muy al día, porque como en casa reciben revistas médicas, ella dice que siempre las lee y se va enterando. En verdad, todas esas cosas de la salud las sabe por la radio, y de las revistas femeninas que leía antes.—Ahora ya no las leo, porque sólo hablan de porquerías. Ahora es que hay muy poco temor de Dios.El día que bebió fue en un cumpleaños. Siempre íbamos a comer fuera cuando alguno de los dos cumplían años, y una vez, mientras leíamos la carta nos pusieron un zumito, muy suave, muy suave, de qué será. El zumito era un cóctel, la abuela se tomó como dos o tres copas y no paró de reír en toda la comida. Incluso se le olvidó meterse los panes que habían sobrado dentro del bolso, algo que hacía siempre.Eso de los panes siempre me dio mucha vergüenza, vergüenza ajena. Sí, muy bien, son cosas de la guerra, hábitos que uno adopta después de muchos años de hambre, etc. Pero, primero, no sé si mi abuela pasó hambre; y segundo, me da igual. Al cabo de los años conseguí revertir la situación, y que el bochorno lo pasase ella.—Abuela, toma, toma, que te ibas sin meterte este pedazo en el bolso. —esto, claro, lo decía delante del camarero, y mi abuela me miraba con cara de odio—. Ah, que ya lo tienes lleno.Las salidas a comer, cuando venían mi tía Mari Pili y Fernando con mis primos solían ser divertidas; cuando quienes insistían eran los Decibelios, indefectiblemente, íbamos a un restaurante chino, porque se come muy barato y muy bien. Yo siempre he sido muy respetuoso, siempre he distinguido entre un señor chino y un japonés, un coreano o un tailandés. Por eso no acabo de entender la querencia de mi tía Yini, la filipina, por los restaurantes chinos. En esos casos, mi padre nunca podía ir, porque estaba en el barco.—Ay, Pablo, cómo eres, que es mi hermano.Mi padre a un chino no piensa entrar en su vida. A mí de pequeño me gustaba, me servía de todo en el mismo plato y nadie me decía nada, dejaba todo hecho un asco porque me emperraba en comer con palillos, y tampoco me decían nada.—Déjale, déjale que tiene que aprender.Ricardito y Teresita comían muy bien con palillos, mejor que con tenedor, y aún así lo ponían todo perdido, como siempre. Después ya la cosa me empezó a hacer menos gracia, no sé bien cómo fue la transición, pero llegó el día en que mancharme yo con mi propia comida bueno, pase, pero que me manchase Ricardito no me hacía ni puta gracia.—Como me vuelvas a manchar te rompo las gafas de un bofetón.La tía Yini, Ricardito y Teresita, los tres, eran muy pero que muy miopes. Hasta que se pusieron lentillas, llevaban unas gafas de culo de vaso que parecían el cristal blindado de un banco. Luego a mí también me pusieron lupos, así que me tuve que callar. Pero antes Ricardito se llevó su bofetón, no recuerdo por qué, y le dejé las gafas colgando de una oreja. Todavía recuerdo lo que sentí: sabía que había hecho mal, pero le habí aarreado un sopapo del 15 a un niño tres años mayor que yo, y me sentí cojonudamente. Además, ya digo, como luego me las pusieron a mí, no lo hubiese podido hacer más tarde: fue el momento perfecto.—Ignacio, por qué has pegado a Ricardito?—Es que se estaba tocando el pito, y como vosotros siempre le dais cuando hace eso, y no estabais, pensé que...—Ah, bueno, si es por eso, muy bien hecho.Como a Ricardito no se le entendía nada y no podía desmentir mi versión, se callaba y a joderse. Aunque eso de que no se le entendía nada no es del todo cierto: había veces en que largaba unos discursos del copón de la baraja, blabla, blabla, enfurecido, y sus padres le entendían perfectamente; entre uno y otro, recomponían las frases, y se terminaban por enterar.—Me falta una palabra entre judíos e hijos de puta.—Ah, ¿eso era judío? Ahora me cuadra, lo que ha.dicho en medio es son todos unos.En su más tierna infancia, Ricardito desarrolló un odio visceral hacia los rojos y los judíos. No sabría decir por qué, en España hace mucho que no quedan judíos, y los rojos, buenos, rojos rojos tampoco quedaban muchos, quizá Carrillo y alguno más. Era una cosa muy rara: Ricardito, de repente, empezaba a decir que había que matar a todos los judíos y a todos los extranjeros y a todos los negros y que viva Hitler y que viva Isabel la Católica y que viva la Patria. Así, sin avisar, en pijama y tocándose el pito. Yo le decía Ricardito, tu madre es filipina, y él sí, sí, muerte a los filipinos, no, a los filipinos mejor no, bueno, también, o no, o sí, y se quedaba un buen rato calladadito hasta que se le olvidaba el tema.Eso le duró muchos años, como desde los ocho, cuando tuvo su primer ataque de isabelacatolicismo, hasta los veintiuno, más o menos. Un buen día, empezó a decir que muerte a los neonazis y a los fascistas y viva el comunismo y que viva Stalin y que había que matar a todos los curas y violar a todas las monjas, o algo así.—Joder, Ricardito, veo que ya estás mejor de lo tuyo.Ahí mi abuela, como no podía disimular, se fue un momento a su casa, y volvió después de un par de padrenuestros. Creo que fue por aquellas fechas que mi abuelo empezó a quedarse sordo. Mi padre siempre dice que para lo que hay que oír en esa familia, sordo es lo mejor que se puede ser.Mi abuela a la ti aYini la tiene entre ceja y ceja. La verdad es que no sé por qué, no recuerdo ningún comentario que haya hecho, y no es cuestión de inventar nada. Cuando lo de las perlas falsas ya le tenía bastante ojeriza, y cree que todo lo malo que le pasa a su hijo Felipe, que es un santo, lo que le pasa es que es tonto, es por culpa de su mujer. Yo en eso no me meto. En lo que sí me meto que es en que la tía Yini siempre quería buscarme novia. Yo no sé qué pasa con las mujeres gallegas, pero siempre andan buscando novios y novias al personal. Sí, ella es filipina, pero se le habrá pegado.—Tengo una alumna muy mona y de familia bien que seguro que te gustará; ya le dije que tengo un sobrino con unos padres con mucho dinero y le enseñado una foto, a ver si te vienes un verano a Ribadeo, además hay unas monjas que hacen unas empanadas muy ricas. Yo no sé qué foto tendría mía, pero me pareció un horror; me imaginé toda la situación, mi tía vendiéndome a una alumna suya con una foto mía como si fuese una estampita.Mi tía tiene estampitas por todas partes, cada cual sirve para una cosa distinta. Cuando Ricardito tuvo el accidente de coche dice que fue un milagro que viviese y que había que atribuírselo a San Antonio, porque se encontró en la carretera una estampita de este santo en cuestión.—Lo mismo que cuando nos salimos un día de la carretera camino de Lugo: a salir del coche a estirar las piernas después del susto, encontré una estampita de San Antonio, y eso no es coincidencia, eso es una señal.—Sí, yo creo que San Antonio es un poco gafe, o que os ha intentado matar por lo menos un par de veces.Para cuando todo esto estaba sucediendo, yo ya había dejado de ser el sobrinito al que se invita a pasar unos días para que Ricardito no se mee encima; era un chico con una lengua que si te la muerdes te envenenas, Ignacio, y ya me soportaban menos, bastante menos. Se notaba claramente que iba por obligación, a regañadientes, y empezaba a tener en mis palabras la misma mala idea que había tenido siempre, sin poderla ni quererla disimular.—Y tú, ¿no te vas con tu padre al barco, bonito?—No, venía a ver si me prestabais alguna revista porno de esas que tenéis en la mesita de noche.Un episodio que tuvo muchas repercusiones, porque todavía se sigue hablando de ello, tiene que ver con la tía Maridol. A esta señora la vi un par de veces, creo que era hermana de mi abuela. La tía Maridol era soltera, y es de entender que no habría conocido varón, como debe ser en esos casos para la gente temerosa de Dios. Al parecer, de repente se enteró la familia de que tenía pretendiente, de unos cuarenta y tantos años, y muy bien parecido. La tía Maridol, pobre, era feúcha, lo decía su propia hermana, y lo del pretendiente levantó pronto muchas sospechas.—Si mi hermana no ha conseguido novio en setenta años, a mí me parece muy raro que lo vaya a tener ahora.Mi abuelo contrató un detective para saber quién era el pretendiente, y acabó por descubrirse que era un timador, y que ya llevaba en su haber varios palos a viudas y solteronas, a quien llevaba a misa y a comer los domingos y luego se llevaba todo su dinero. Hay oficios así, que no serán muy dignos, pero que son la mar de rentables. Aquella tarde toda la familia opinaba a grito pelado, porque casualmente ocurrió todo cuando estaban los Felipones en San Sebastián, y todos habíamos comido juntos cuando sonó el teléfono, abuelo, es para ti, el detective. Todos opinaban, todos decían unas barbaridades enormes con lo que habría que hacer con el galán.—¡Ese es un sinvergüenza y hay que denunciarlo!—Un escarmiento, ¡un buen escarmiento es lo que merece!—Pobre Maridol, con lo feliz que se la veía, a ver cómo se lo decimos ahora.—No, no hay que decir nada, hablamos con el timador este y le decimos que le hemos descubierto, y que se aleje de ella.—¡Viva Stalin, viva Lenin, a Siberia con él, y muerte a los curas!Mi abuelo se sacaba muy pronto de quicio cuando no había orden. Y con todos hablando a la vez, por mucho que gritasen, él no entendía nada y se ponía d elos nervios. Además, aquí, que yo sepa, nada ha pedido la opinión de nadie, coño, así que a callarse todo el mundo. Mi tío Fernando fue el más razonable, dijo que, bien mirado, si la tía Maridol era feliz, para cuatro días que le quedaban, para qué íbamos a decir nada.—Toda su vida sin probar lo que es un hombre, y ahora que por fin tiene la oportunidad, nosotros le boicoteamos el romance. Que disfrute y luego que le quiten lo bailado, a ver si no va a tener derecho. Total, le quedan dos telediarios...Yo estaba totalmente de acuerdo, hasta que entendí que lo decía de forma irónica, para hacer rabiar todavía más al Pipi, que a estas altura tenía un cabreo monumental.Al final la tía Maridol se quedó sin saber qué era un hombre, y murió al cabo de unos pocos años.Otra tía que se quedó para vestir santos era la tía Lola. Para hablar de ella tengo que cambiar de familia y ponerme a hablar de la paterna.Mi padre tenía una tía, la tía Lola, hermana de mi abuela Irene. Tampoco casó, y gastaba un humor de perros, yo creo que precisamente por eso. Luego la señora era muy buena, que eso nada tiene que ver: yo también soy bastante insoportable, pero malo no soy.Toda mi familia paterna vivía en el mismo edificio, en la plaza de Guipúzcoa. La tía Lola vivía en el primer piso, como nosotros, pero en el primero izquierda. Allí dormía, comía y cenaba; el resto del tiempo lo pasaba en casa de mi abuela, que ocupaba todo el segundo piso. Allí se echaba la siesta y rezaba el rosario. Lo de la hora del rosario era algo que yo tenía muy bien calculado; siempre subía a ver a mi abuela a ver si caía algo de comida, porque cocinaba de maravilla y hacía unos postres del copón; allí arriba podía ver la televisión todo el tiempo que quería, pero tenía que tener mucho cuidado: si me despistaba, llegaba la hora del rosario y se cerraban las puertas, nadie podía entrar ni salir. Si me pillaba dentro del salón, era un suplicio.—No, no, no. ¿Toda la tarde aquí y te vas justo ahora? Ni hablar, tu te quedas a rezar con nosotras, faltaría más.En general al rosario acudía también Ana Mari, una amiga de mi abuela y de su hermana que era de lo más desagradable: viuda de las de luto perenne, tenía el pelo blanco y muy escaso, así que para disimular se ponía betún en la cabeza. Yo la llamaba la calva, o la de los pedos, porque se tiraba unos pedos silenciosos y despiadados, que tenían poco alcance, se limitaban a quedarse alrededor de su butaca, así que sólo se daba cuenta ella, y el que estuviese a su lado. Yo intentaba sentarme lejos, pero a veces me ponían una silla y me decían aquí te quedas hasta que terminemos de rezar, y a ver cuándo te aprendes el rosario, que ya eres mayor. No creo que mis abuela ni la tía Lola supiesen lo de los pedos, porque sería tener muy mala idea ponerme la silla justo al lado de Ana Mari la calva. Ella, en cambio, se hacía llamar Ana Mari la del bolso milagroso, porque para congraciarse y comprar mi silencio, solía meter la mano en su bolso y sacaba un caramelo pringoso o algún juguetito miserable.—¿Y el milagro?—No seas desagradecido, niño.La señora hablaba muy poco, no hablaba nada. Pasaba la tarde esperando la hora de la merienda, y luego la hora del rosario. Bostezaba sin cortarse un pelo, sorbía el café con leche, mojaba el bollo y le chorreaba la boca, bostezaba, decía sin pecado concebida, sin pecado concebida, tercer misterio, sin pecado concebida, y se iba estampándome un beso de vieja bigotuda en toda la mejilla, esos besos que odian todos los niños y se limpian insistentemente con la manga de la camisa. A veces le preguntaban qué, Ana Mari, ¿tenemos sueño?—No, sueño no es; es aburrimiento.Mi abuela y su hermana seguían sorprendiéndose, después de tantos años.—Ésa viene, merienda, reza y se va, parece un cura.En año nuevo solía venir a casa a comer roscón de reyes. Era tradición que quien se encontrase un haba en su porción, tenía que comprar otro. Yo una vez dije que por qué no le poníamos a Ana Mari la porción con el haba, directamente; contra mi pronóstico, no me dijeron calla niño, sino que les pareció una idea muy buena. Así que a la tradición se incorporó que, en año nuevo, Ana Mari siempre acabara comprando un segundo roscón de reyes.Yo, ya digo, pasaba muchas horas en casa de mi abuela. Solía hacer incursiones a la parte deshabitada, donde mi abuelo tenía en consultorio. Mi otro abuelo también era médico, otorrino. No recuerdo muchas cosas de él, sólo que le gustaban mucho los pájaros y que murió cuando tenía cuatro años. En esa parte de la casa se guardaban un montón de trastos, y uno siempre encontraba algo, sobre todo material quirúrgico del año de la pana. En esa parte de la casa había un viejo televisor y un sofá, y era donde la criada pasaba el tiempo libre. La criada se llamaba Cristina, Amalia, María Jesús o María José, y yo siempre jugaba con sus pies, se conoce que ya desde entonces me daban morbo. Mi abuela era insoportable con la criada, en general una chica de pueblo que había tenido la desgracia de caer en esa casa, y se pasaba el día soportando gritos.—Pero vamos a ver, ¿desde cuándo guardamos los platos soperos en este armario?Yo lo de los pies no sé de dónde me vino. La cosa es que siempre me han gustado. Siempre me quedaba mirando al suelo, y me imaginaba cómo serían los pies de la nueva criada. Esto era cuando yo era muy pequeño, tendría unos cinco o seis, y duró hasta que me empezaron a llamar la atención las tetas.—Rosita, ¿por qué no te quitas las zapatillas y me enseñas los pies?Yo al principio los miraba; luego, cuando había más confianza, yo mismo le quitaba una zapatilla, sentado en el suelo mientras la criada descansaba en una silla, y me ponía a manosearlos.—No, Ignacio, hoy no que estarán sudados, llevo todo el día de pie.—Mejor, si huelen un poco me gustan más.Recuerdo que alguna de ellas estudiaba para sacarse el graduado escolar, y yo me creía muy listo porque me las sabía todas, eso del graduado era una chorrada que aprobaba cualquiera. Pero yo tenía mucha paciencia, y le explicaba que no, si en la definición pones la palabra que te piden definir no vale, y además no se entiende.—¿Entonces no puedo poner que peso es lo que pesa una cosa?Excitar no me excitaba nada lo de los pies, aún era muy pequeño, ya digo; pero era una sensación precursora de la cachondez, que no sentía en ninguna parte del cuerpo, pero que me ponía como loco. Además, tenía que ser algo entre la propietaria de los pies en cuestión y yo, no cabía que hubiese nadie mirando. Alguna vez me pillaban in fraganti, y yo creo que era como si me hubiesen pillado meneándomela, menos mal que esto nunca pasó. Par estar más seguro, solía ir a ver la criada a la salita del televisor, incluso alguna vez le agarré los pies, los dos, en su habitación, y si me acuerdo de eso es porque algo muy fuerte debía sentir. Más tarde mi obsesión remitió, pero reapareció con los años, y hay pies que no puedo meter en mi cama, y pies que no se merecen tener la dueña que tienen; pies que dicen exactamente lo fogosa que puede ser ella, pies que dan a entender que de follar ni hablamos. Los pies, cuando uno los va conociendo, dicen muchas cosas. Yo, hoy por hoy, soy capaz de distinguir a una multiorgásmica por el dedo gordo. También he aprendido a hacer masajes, sobre todo masajes en los pies, que son mis masajes favoritos, como es de entender. Al principio no tenía ni idea de darlos, pero con esa excusa empezaba siempre la cosa, de forma aparentemente inocente.—Estás muy tensa, tienes un nudo aquí en la espalda. Quítate un momento los zapatos, verás.Poco a poco tuve que aprender, porque como truco estaba muy bien: una vez que se descalzan el resto se conoce que cuesta menos.Hasta entonces, yo me quedaba sobando los pies de la criada, hasta que la despedían y venía una nueva.—El servicio cada día está peor, yo no sé dónde vamos a llegar. Ya no se encuentra criada que se quiera quedar interna, y la que se queda es porque es una desgraciada que no sabe ni freír un huevo. Antes todas las familias bien tenían dos criadas.Este era un discurso muy de mi familia. La sociedad, al parecer, estaba empeorando alarmantemente porque no había servicio. Yo intentaba explicar siempre que si cada familia con cinco miembros tenía dos criadas, no debería estar muy bien el asunto, y que ahora no había criadas porque la gente estudiaba e incluso podía ir a la universidad.—Tonterías, tonterías. Cómo va a ir el servicio la universidad, qué cosas dices, lo que faltaba. Mira, mira lo que te digo: Adelita, ¡la crema hay que removerla en el sentido de las agujas del reló, que si das vueltas al revés se corta! Universidad.... Estas no aprenden ni a palos.En casa de mi abuelo había como tropecientos relojes, y me pagaban 100 pesetas por dar cuerda a todos, una vez a la semana. Para dar cuerda a algunos había que subirse a una silla, para otros tener mucha paciencia y esperar que sonase una musiquita bastante desagradable; me pasaba como dos horas dando vueltas al manubrio, yo me sentía una persona mayor con empleo, y era buen negocio. Lo malo es que muchos años después ya no me hacía ni puta gracia, y me seguía pagando 100 pesetas. Mi abuela Irene se habían olvidado se subirme el sueldo, y yo no sabía qué excusa poner para no tener que soportar el suplicio. Cuando se me juntaban los relojes con la hora del rosario por un no estar atento, por un despiste imperdonable, y no sería porque no la tenía delante, de las campanitas horrendas pasaba al cuarto misterio sin pecado concebida madre amantísima, madre... y no había Dios que lo aguantase.La tía Lola tenía también una criada, Carmen. Sólo me acuerdo que se puso enferma, vino mi abuelo, el Pipi, dijo a la familia que tenía cáncer, pero a ella no.—Pobre, total, que se muera tranquila.A mí me pareció fatal. Que los demás supieran cuándo te ibas a morir pero tú no me pareció tremendo. Además, justo esa semana en clase de religión nos había dicho el profesor, el Chantada, que eso no se hace, que la gente cuando se dirige hacia la muerte tiene a veces que poner orden a ciertas cosas, y que siendo la muerte parte de la vida, y tal y tal, nadie tiene más derecho que uno de saber cuando va a estirar la pata.En mi colegio había religión, pero era laico, eso era una opción a la que mi madre quiso apuntarme. Mi padre aceptó a regañadientes, porque si no, sabía que se le venían encima las dos familias, y le iban a faltar barco y océanos para escaparse. Mi familia, de común acuerdo, se puso a buscarme colegio cuando tenía tres años, y decidieron que los jesuitas era la mejor opción, porque eran muy buenos y el patio de la escuela era muy grande y muy bonito. Lo que no sabían era que mi padre, desde que cumplí año y medio, me había apuntado al liceo francés, porque en aquella época había que reservar con tiempo, y no dijo nada, esperó pacientemente hasta que llegó el día. Mi padre siempre decía que sí, que sí, busquen colegio, suegros, busquen colegio, me parece muy bien.Así que con cuatro años me llevaron al colegio francés, que estaba en un caserón junto al río Urumea, sin campos de deporte ni nada, pero el sistema educativo era el del país vecino y no el obsoleto sistema franquista, y las clases de religión eran opcionales.—Esos franceses son muy raros, deberían ser más temerosos de Dios.Al liceo francés también iría mi hermana, pero luego se trasladaría y finalmente desapareció, no sé bien por qué.Yo a mi abuelo le dije que mi profesor de religión había dicho que eso de no avisar a alguien que se estaba muriendo y que no era una pulmonía sino un cáncer estaba muy mal. Pero todos se pusieron en mi contra, y me dijeron que no, que para nada, que ya era vieja, que no tenía a nadie, y que además las chachas no tienen nada que solucionar antes de morirse, que eso es para la gente que tiene que hacer testamento.A una criada, la Antonia, la despidió mi abuela porque llegó a las once de la noche su día libre, en lugar de a las diez. Cuando preguntó que dónde había estado, lo que colmó el vaso fue que ella contestó que en la playa. Seguro que la criada habría ido a lo oscuro con el novio de turno y se habrían magreado en la arena y a la chica se le hizo tarde, pero eso mi abuela Irene no lo entendió y la puso de patitas en la calle.—En la playa a las once de la noche, sí, claro, tomando el sol.A mi abuela no le gustaban nada las mentiras. Por eso despidió también a Celia, que era de lo más simpática, y tenía una risa muy graciosa. Siempre estaba contenta, no entiendo por qué, y le daba por silbar.—Las mujeres no silban, y si son criadas menos.Un día a Celia se le rompió un florero, y la pobre se llevó un disgusto enorme, y no se le ocurrió otra cosa que decir que había entrado un gato por la ventana. La pobre era muy simpática, pero no tenía muchas luces, así que la despidió con un cabreo monumental.—Antes mentían mejor, ahora ni eso saben hacer.La tía Lola siempre contestaba que bueno, que si fuesen listas no serían criadas. Ahí mi abuela le daba toda la razón, tenía en el cuarto de estar toda la enciclopedia de Espasa-Calpe, la negra enorme que parece de jurisprudencia, y eso se nota.Las dos hermanas también solían pelear entre ellas, yo creo que era por aburrimiento. De repente uno llegaba a casa de mi abuela y no notaba nada, porque nunca solían hablar, sólo veían la televisión y echaban la siesta. Cuando se aburrían cruzaba mi abuela el pasillo a ver qué estaba haciendo la criada, y siempre había algo que se podía criticar, y daba para hablar un par de horas y entretenerse hasta la hora del rosario. Pero a veces no era suficiente, y se ponían a discutir entre ellas. Como buenas vascas, de Eibar, no eran de grandes discursos, de repente se enfadaban, se dejaban de hablar y en paz. Uno sabía que estaban enfadadas porque el volumen del televisor estaba muy bajo en vez de muy alto como de costumbre. Esta rareza se explica porque seguramente la que tuviera el mando a distancia en ese momento, pensaría yo me quedaré sin oír, pero da igual, así tampoco escucha la otra y que se chinche. Las dos se pasaban así toda la tarde, mirando la tele pero sin poder escuchar nada, como una tortura. Este juego se rompía de mutuo acuerdo cuando quien aparecía en la pantalla era a) el Papa, b) Fraga, c) el Rey, por este orden de prioridad, con eso no se atrevían a jugar. Si cualquiera de estos personajes aparecía, el comentario era siempre, pero siempre, el mismo.—Qué bien habla.—¿No he entendido, qué ha dicho?—Calla, vete a la cocina.A mí me mandaban a la cocina como castigo, y yo lo agradecía muchísimo, porque agarraba el pie de turno y me quedaba hurgando entre los dedos, a veces había suerte y salí una pelotilla de pelusa.A mí lo de la cocina, de todas formas, siempre me gustó, y ayudaba a mi abuela a hacer soufflé o tocino del cielo, que eran los postres que mejor le salían. Mi padre siempre me llamaba cocinitas. Luego mi sirvió de mucho, tanto como lo de los masajes en los pies, porque para hacer un masaje antes tenía que invitar a la chica en cuestión a mi casa con la excusa de un día de estos te voy a hacer una comida que te vas a chupar los dedos. En mi piso de estudiante, y luego en el de soltero, sobre todo, no había muchos utensilios, pero había un par de platos que me salían muy bien, que daban mucho sueño si se acompañaban de vino. Luego todo venía solo, y los dedos se los acababa chupando yo, a poder ser los de los pies.—Ignacio tiene novia.Teresita siempre me veía con alguna, y esa noche me llamaba mi madre, Ignacio, ¿tienes novia?, ten cuidado, que todavía eres joven. A mi madre siempre le importó mucho la apariencia, y lo ser abuela le hubiese sentado fatal. Yo creo que, más que por todo lo que ello hubiese implicado, por lo de ser abuela en sí. Abuela es una palabra muy fea para quien va todos los jueves a la peluquería.Poco a poco Teresita fue renunciando a contar que yo tenía novia, porque siempre la chica con la que me veía era otra, y ahí había algo raro, de repente me convirtió en uno de los personajes de sus telenovelas, y a saber qué andaría diciendo por ahí.Mi familia paterna, que es con lo que yo andaba, se componía también de otra serie de gente.Hermano de mi padre era el tío José, pequeño, muy pequeño, y gordo, bastante gordo. Vive en Vitoria con su mujer, Tere, también pequeña, pero delgada, quizá demasiado. El tío José es el típico gracioso sin gracia, que gusta de juntarse con gente con dinero por si se le pega algo, y se le suele pegar. Se apuntó a un club de golf, y a cosas de esas. Cuando cree que ha dicho algo gracioso, si no te ríes te lo repite por si no lo has entendido. A mi tío José cuando pasaban lista en el colegio, parece que tenía que ponerse de pie porque si no le ponían ausente. Yo, de todas formas, creo que estaba ausente y eso es otro chiste tonto; o por lo menos, si fue al colegio se acuerda de muy pocas cosas. Y se conoce que vendía la merienda a sus compañeros, y por eso no creció. Sus hijos son Cristinita y Pablito. Pablito tiene en la cabeza un hueso blando, nunca supe por qué; le tocas la cabeza en esa parte y es como si estuvieses tocando no sé, algo blando. Cristinita bueno, es una chica normal que hace poco se casó con un tipo normal de Barcelona. Mi primo Pablito, a mí de pequeño me caía bien, en esa edad la gente que se hace la graciosa te hace gracia. Luego ya menos, se vuelven cansinos, pelmas; vamos, un coñazo. Con los años dejó de crecer y es ahora tan tapón como su padre, y con la misma nariz d ela familia. Yo la nariz, no es que no la tenga, que la tengo, pero no llama especialmente la atención. En ellos es bastante espantosa. Hay poco que contar de ellos, la palma se la lleva el tío José, que miente más que habla, y pone a parir a todo dios. La última es que yo me fui a vivir a Argentina, porque no aguantaba a mis padres; como si Madrid no fuese lo suficientemente lejos, y como si verlos dos veces al año fuese demasiado. Eso se lo soltó a unos amigos de mi hermana que se encontró en Marbella. Como se pone a contar sus graciejas al primero que pasa, coincidió con esta gente, de San Sebastián, y a los cinco minutos les estaba contando que si madre no sé qué y que si mi padre no sé cuántos. Mi padre y él se hablan tres veces al año, por los cumpleaños de cada uno y en Navidad. Y la verdad es que demasiado habla con él mi padre, es bastante miserables.Las navidades en esa familia tampoco tienen desperdicio. Ellos no suelen venir nunca a San Sebastián, venían antes, cuando vivía la abuela Irene, y nos juntábamos todos. Luego, ni de coña. Cuando digo nos juntábamos todos también me refiero a la tía María Dolores y al tío Leopoldo. La tía María Dolores es hermana de mi padre, también bastante retaco, y con una boca que sólo suelta analfabetismos. Pero es de ese tipo de persona que se cree que su dinero le redime de la ignorancia, y como es de familia bien, que a ella también le gusta mucho decir eso, pues tan contenta. Leopoldo es otro gracioso, pero con más gracia que José, eso hay que reconocerlo. Tiene su culturilla, no es que sepa un huevo, pero algo sabe. Leopoldo y María Dolores tienen el tercer piso, entero, y está lleno de cosas bastante kitsch, pero eso sí, muy caras, en plan Lladró, que son una horterada pero como cuestan mucho, pues eso. Todo siempre está muy limpio en su casa, muy ordenado, como si no vivieran en ella; por lo menos cuando hay visitas, luego uno nunca sabe, lo mismo también, o lo mismo es un desastre, pero no creo. Siempre se les ve muy acicalados, ella en plan gorda limpia y él en plan campechano, como si se fuese a ir a cazar. Le gusta la pesca, a lo mejor es eso, la pesca y la ópera. Yo no sé si le gusta la ópera porque sí, porque le gusta, o porque cree que queda muy fino. Yo cuando subía a visitarles siempre estaba viendo una película de esas de chinos que se matan a patadas, las alquilaba en el video-club cuando nadie tenía video todavía. Cuando subía a visitarles, también recuerdo que si alguna vez me entraban ganas de cagar, que es algo que suele hacer un niño, me iba al baño de invitados, yo siempre he sido muy educado; pero ni siquiera ahí me dejaba la gorda María Dolores.—No, no, ni hablar, te vas a tu casa, haces popó y vuelves si quieres, cuando termines y te hayas lavado bien las manos.Yo no sé si no tuvieron hijos porque no quisieron o porque no pudieron, pero es una suerte, hubiesen acabado seminaristas o asesinos en serie. Aunque estoy convencido de que fue por no poder, y luego se convencieron a sí mismos que tener niños era un tormento, opinión que se esforzaban a poner en práctica conmigo. Lo digo también porque por parte de Leopoldo, de apellido Moreno, toda su familia era del opus dei, que sólo de escribirlo me da como urticaria. Tenían tropecientos hijos, todos vestiditos iguales, ellos con corbatas los domingos y peinados iguales, ellas con faldas hasta los tobillos y cara de avemaría después de la merienda.La tía María Dolores siempre estaba haciendo alguna dieta. No era tan gorda como Teresita, eso hubiese sido mucho decir, no es para tanto. Pero como se ponía unos vestidos de señorona, unos peinados de señorona, decía cosas de señorona, el tremendo culo y los tobillos no ayudaban demasiado. Lo de la dieta, en verdad, era más cosa de su grupo de amigas.—Rosarito se ha apuntado a un grupo que hacen todos dieta, y yo también he decidido apuntarme.El grupo en cuestión, según contaba con total orgullo, consistía en que se pesaban una vez a la semana en un centro dietético, y si engordaban les ponían multa a tanto por gramo. Si yo fuese nutricionista y tuviera un grupo de señoras así en mi consulta, haría lo mismo, ya me lo estoy imaginando.—Y la próxima vez se me pesa usted desnuda y sin joyas.—Es que me da no sé qué.La abuela Irene y la tía Lola tenían un apartamento en Torremolinos, que se lo debieron regalar a Leopoldo y María Dolores hacía muchos años, con la condición de que era regalo de bodas, o algo así, pero que lo pudieran utilizar todos. AL principio estaba todo muy bien, pero luego, cuando nosotros decíamos quisiéramos ir en tal fecha, nos contastaban que uy, qué casualidad, es justo justo cuando tenemos pensado ir nosotros, así que nada, nos quedábamos sin el apartamento.Yo había empezado a decir que las navidades con esa familia tampoco tenían desperdicio. Cuando mi abuela vivía se cenaba de maravilla; había angulas, toneladas de croquetas, langostinos, de todo. El 24 a la noche venían los regalos, y ahí empezaba la discordia. Mis tíos Leopoldo y María Dolores eran bastante hijos de perra; recuerdo un año que a mi primo Pablito le regalaron una estilográfica Montblanc, y a mí una bolígrafo que habrían comprado en un estanco, tampoco me extrañaría que se lo hubiesen regalado con una caja de puros. Otro año le regalaron a él un reloj carísimo, y a mí un Seiko de bazar. Solían hacer estas cosas de manera bastante ostentosa, quiero decir que se encargaban muy mucho de que la diferencia entre uno y otro se hiciese ostentosa, con muy mala idea.—Y a ti qué, ¿ también te ha gustado el regalo?—...—Jesús, qué desagradecido es este crío.Pablito no estudió nada, ahora es gerente de no sé qué fábrica y se mete el dedo en la nariz constantemente; después no sé qué hace con la pelotilla, a mi gato nunca se ha llegado a acercar, supongo que la manda lejos si no se le queda pegada en algún dedo.Cuando murió la tía Lola, toda la herencia se la dejó a mi padre, a los otros dos sobrinos suyos no les dejó nada de nada. Esto fue un primer motivo de rencillas y malas caras. La tía Lola hablaba muy poco, pero se enteraba de todo, y a sus sobrinos los tenía muy calados, muy junados que dirían aquí en Argentina.Despúes, al cabo de unos años, moriría también mi abuela Irene, que no lo he dicho hasta ahora pero la llamábamos la amona, que es eso mismo, abuela, pero en vasco. Ellas eran muy vascas, hablaban con mucho acento, pero no les fueses a decir nada, porque eran también muy españolas y Fraga era un señor muy bueno y que hablaba muy bien. Bueno, la amona murió, y ahí se ve que afloraron de nuevo todos los problemas, esto me corresponde a mí, tú calla que bastante te dejó la tía. Se hicieron lotes para sortear, pero se conoce que algún avispado se había llevado ya antes alguna cosa de valor. Había unos libros, como del siglo XVII o así, que mi abuela había dejado a mi padre, diciendo lo típico en estos casos, cuando me muera esto para ti. Los libros no aparecieron en ningún lote.En una cena navideña en casa de Leopoldo y María Dolores, porque cenábamos juntos por el qué dirán, era como una tregua muy católica y muy bien, los libros estaban colocados en las estanterías de uno de los salones. Sí, tenían como tres o cuatro salones, no sé, o dos salones y un cuarto de estar y una salita, cada cual al espacio que le sobra lo llama como quiere. Se conoce que como era ahí donde recibían las visitas, no se pudieron contener y los colocaron bien a la vista. La verdad es que quedaban la mar de bien; un poco viejos, eso sí, pero en estos caso se pasa por alto, incluso es bastante conveniente, si no se nota mucho que tiene varios siglos uno tiene que andar comentándolo, y al principio está pase, pero luego es un poco coñazo.Mis padres lo vieron, y mi padre ni se inmutó, yo creo que se lo esperaba, y nunca dijo nada, ni siquiera peor para ellos. Pero mi madre echaba chispas, le pegaba codazos a mi padre, Pablo, Pablo, ¿has visto? Las dos cuñadas se llevaban a matar, pero siempre con la sonrisa en la boca.—Yo, cuando era más delgada...—Uy, qué raro, yo delgada nunca te he conocido...Y en ese plan. En lo que coinciden mi madre y María Dolores, así que es de lo que hablan porque de algo tiene que hablan durante la cena, es en que cada vez hay menos religión, la gente es cada vez más ateo y así va el mundo. Bueno, el mundo no, España, que el mundo les queda un poco grande a las dos.Con mis tíos suelo adoptar una pose de muy leído y muy escribido, porque a mi tío eso parece que lo aprecia, o por lo menos me respeta, así de paso se da también un tinte cultural cuando dice claro, claro, o incluso eso no sabía, mira tú, muy interesante, muy interesante. Llegó un punto en el que me divertía citar a autores inexistentes, con frases que lo dejaban como pensando, diciendo que el intelectual en cuestión era muy de derechas, porque así asentía más fervientemente y más rápido, pero yo en verdad estaba diciendo unas burradas enormes. Pero en general lo que hacía era atribuir frases a santos, y ahí no podían decir nada, porque a un santo no se le critica, pero les jodía un huevo.—Bueno, Santo Tomás en eso no te hubiese dado la razón, el estaba muy a favor de que los jóvenes bebiesen y tomasen substancias, opio en concreto, que era lo que se estilaba entonces; en sus Confesiones está escrito que aconsejó a su hijo, porque tuvo dos, que la juventud era tiempo de búsqueda y de equivocarse, que después ya vendría el tiempo de ser santos varones. Así que no hay que preocuparse tanto por la juventud. A ver si recuerdo el párrafo... sí, “hijo, has de pecar ahora si los crees así de conveniente, sólo a la rectitud se puede acceder si el pecado se ha conocido”.—Mira tú, muy interesante... Yo creía que las Confesiones eran de San Agustín.—También, también.Ahí mi madre se la guarda, pero luego, después de la cena, me venía con eso de qué cosas más raras lees, qué raro eres.—¿Cosas raras Santo Tomás? Mira que al final te van a excomulgar.Antes de irme a casa, me metía en el baño y, como justa venganza, plantaba un buen pino si había con qué, y dejaba el asunto ahí flotando.A Bryce Echenique su familia le da para mucho, a mí para unas pocas páginas, cada uno lo que puede. Quizá, si en lugar de escribir directamente sobre estos seres, fuese aplicándolo a diversos personajes, me rendiría más. Ahora estoy en esa etapa en que acabo de terminar una novelita, y no sé qué escribir exactamente, así que mientras se me aclaran las ideas, voy escribiendo esto para no perder la costumbre.

(*) Nota: Después de lo anterior, los amigos siguen sin leerme y la familia ha empezado a no hablarme. A pedido de mi madre, dejo claro que "cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia o al menos exageración" y sigo el consejo de cambiar los nombre de los familiares. Pongamos también que mi primo no se llame Ricardito sino Fernandito, por ejemplo -si bien "Fernandito no te toques el pito" no causa el mismo efecto-; pongamos que Teresita si llama Agustina y en realidad es top model; que mi madre tiene tres licenciaturas y un doctorado. Donde dice Ribadeo, léase O Barco de Valdeorras o Xan Xenxo o Lalín, que lo mismo da.
Mi madre me recuerda, también, que yo tengo gafas de culo de vaso -al menos cuando no llevo lentes de contacto-, así que no tengo derecho a reirme de nadie . Espero que, hechas estas aclaraciones, todos contentos. Más no puedo hacer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Se pasa un buen rato en aguas de este relato-río: los personajes son vivos, el lenguaje fluye mucho, hay humor suficiente -bastante sarcástico- y habilidad para envolver al lector en el relato, cambiando ágil de pariente y de escenario antes de entrar en espesuras.
Lo que más se nota es que Ignacio se la pasa bastante bien con estos apuntes, y el lector lo capta, en forma de confortable temperatura emocional: se siente bien tratado cuando se le asoma a estas evocaciones.