viernes, 4 de enero de 2008

Gracias a Bucay

Es frecuente escuchar, hablando de un niño, que es “muy educado”. En verdad, el niño se limita a decir Gracias y Por Favor, y a no molestar más de la cuenta. No sabemos si el niño se está transformando en un pequeño tirano, pero mantiene una apariencia.

Con los mayores sucede un poco lo mismo, que van creciendo de fuera para adentro, pero se quedan en el camino porque terminan por confundir continente y contenido: en casa de unos conocidos que hablaban mucho de educación y de dónde vamos a llegar descubrí en la biblioteca libros bien encuadernados que se resistían al abrirlos, libros de Coelho, del difunto Sueiro, del charlatán Bucay, y best-sellers de moda, meros entretenimientos con los que se revestían de una apariencia de persona educada.

Cuando un niño empieza a leer sus libros de aventuras, está empezando a manejar una herramienta a la que debe acostumbrarse; es un utensilio que de por sí le es útil, pues le familiariza con la ficción, con la fabricación de imágenes, con la confrontación de su mundo con otros que contienen lugares, costumbres y gentes diferentes a él. Y la herramienta de la lectura como tal, además, le prepara para el estudio y el análisis de otras opiniones, otras realidades, con lo que se dice sin ser dicho, con lo que se calla.

Pero la lectura en la edad adulta puede quedar en la piel, en un pasatiempos sin pretensiones similar a tejer bufandas para el nieto. Y no hay nada malo en ello, salvo si se confunde esa lectura con todas las lecturas posibles, si se equipara el simple hecho de leer, herramienta, con todo lo que se puede conseguir leyendo. Es algo así como pensarme fotógrafo porque he aprendido a manejar mi cámara automática: conozco términos como zoom y flash, luego soy fotógrafo, el niño dice gracias y por favor luego es educado, leo luego soy culto. Esa educación de fuera para adentro tiende a darse por satisfecha cuando consigue engañar a los demás. Para eso hace falta, eso sí, que los demás sean como uno. Y quien puede dar el alerta es normalmente un “bohemio”, un tipo que lee cosas raras y a quien no se debe prestar demasiado atención. Si consigue cierto éxito –medido en términos de popularidad-, se le respeta, porque algo debe tener, y más todavía si dice gracias a quienes le aplauden: ha crecido por dentro pero, sobre todo, se nota por fuera.

No hay comentarios: