viernes, 4 de enero de 2008

La democracia según doña Susana

Doña Susana, la dueña del departamentodonde vivía antes, me repetía, cada vez que iba a pagar el alquiler, que este país sólo funciona bien en las dictaduras y que yo no soy de acá y por eso no entiendo que a los argentinos ni les conviene ni les importa la democracia. Ya no me molestaba en decir nada, y menos desde que su marido el Coronel me miró un día con cara de pocos amigos y decidió subirme el alquiler.

La Democracia es un concepto hermético, por necesidad de su definición; podrá debatirse qué es arte y qué no lo es, qué es el bien y qué el mal o incluso, más allá de lo meramente biológico, dónde hay vida y dónde no la hay. Pero la Democracia no permite estos debates, y toda práctica que no la potencie es un atentado contra la misma. En esto no hay medias tintas: no existe la “ademocracia”.
No cabía esperar un juego limpio en las elecciones de 2005; hubiera sido un hecho absolutamente novedoso en la historia política de Argentina, donde la tradición caudillista y luego la democracia fraudulenta, aun décadas después de la ley Sáenz Peña (un “pelotudo”, según doña Susana), se fueron transformando en el desfile farandulero y vacío de hoy. Tampoco en las de 2007.
Se calcula que existe un 30% de voto cautivo, dato que se infiltra tímidamente. También con escasa resonancia se han podido ver pequeños reportajes de los manejos de los señores feudales de Formosa para disputarse votos, peleando incluso físicamente porque este votante es mío, yo lo vi primero. Ayer nos enteramos de que quienes colaboraron con los periodistas en el reportaje han dejado de recibir suministro de agua corriente. Se habla de neveras regaladas acaso a quienes no tienen donde enchufarla, circulan varios libros en editoriales sin trascendencia sobre el clientelismo político en las provincias, por ejemplo, o sobre todo tipo de maniobras electorales con nombres, apellido, lugar y fecha... A nadie parece importarle demasiado. Los medios aluden a ello posiblemente por un resto de sentido del deber, lo mínimo para pensar que han cumplido con su deber. Todo el mundo lo sabe, y nadie hace nada, ergo todos somos culpables. Y saber que todos somos culpables parece causar una cierta paz, puesto que, aunque la culpa es mucha, está también muy repartida, y la conciencia se molesta poco.

“Lo que pasa”, decía la dueña del departamento, “es que se dio el voto a quien no sabe nada, y son como monos con navaja”.

Una democracia que alberga impunemente estos métodos no puede de ninguna manera ser calificada como tal. Quizá alguien sea procesado por ello, quizá alguien incluso pase preso un tiempo; sin embargo, los resultados electorales, que conseguidos de esta manera ilegal deberían resultar nulos de pleno derecho, se mantienen. Desde el Gobierno de la Nación ninguna medida preventiva se puso en funcionamiento para evitarlas y no ha trascendido ningún comunicado que muestre un atisbo de preocupación. Mucho menos en el Poder Legislativo se vislumbra siquiera una intención de eliminar de una vez por todas estas prácticas, lo cual no puede verse sino como una intención de apostar por esta forma de recaudar votos: hoy puede beneficiar a otros, pero mañana puede que a mí; siempre es más fácil comprar un voto que ganárselo con un proyecto. Así, y puesto que la obtención de votos mediante los métodos más insólitos y ruines es un potencial aliado si se sabe utilizar, a nadie le conviene erradicarla.

Los delitos contra la democracia deben quedar sometidos a un estricto procedimiento penal donde no haya condenas irrisorias y fácilmente soslayables. Con carácter previo debe quedar garantizado con cuantas medidas preventivas sean necesarias la inexistencia de estos procedimientos. Por último, si, a pesar de todo, ciertos resultados electorales se han conseguido de forma ilícita, no se puede de ninguna manera mantener su validez.

Pero estas medidas no deben impedir ver el fondo del asunto, y pensar que con ello se solucionará el problema: no se pueden comprar votos a cambio de un kilo de pollo en un país donde no existe la pobreza; y tampoco a cambio de un puesto dentro de una institución pública en un sistema donde cada todo puesto se gana gracias a oposiciones y concursos de méritos con total transparencia.

Así, pobreza y corrupción son todavía hoy enemigos reales de la libertad en Argentina. Y nada se hace para evitarlo. ¿Será verdad que a nadie le importa la democracia? Me gustaría que doña Susana no tuviese razón absolutamente en nada de lo que me decía cada 1° de mes.

No hay comentarios: