viernes, 4 de enero de 2008

La crónica periodística

La crónica periodística es un género en que últimamente parecen estar confiando varias editoriales. Incluso con un premio, que concede Seix Barral: es como se bautizan estas cosas. Sin el sacramento de un premio no hay nacimiento -o renacimiento- que valga.

Recuerdo un titular de hace tiempo en Clarín que decía que "en Latinoamérica no hay mejor ficción que lo real”, como intentando explicar esta moda.
Lo que venía a decir ese titular, pese a su redacción torpe, es que ninguna ficción puede superar la realidad, al menos por esta parte del mundo (aunque eso, digo, dependerá de quién escriba).
Hablo de redacción torpe porque, simplemente, decir que no hay mejor ficción que lo real es decir que no hay mejor mentira que la verdad.
Lo real no puede ser ficción (aunque nos intenten convencer de ello quienes mandan) y la ficción tampoco puede ser real (aunque amenace serlo); sería esto una obviedad si no fuese porque todavía se escucha a menudo hablar a pseudo-entendidos sobre qué es ficción y qué no lo es. Pues mira: todo lo que no sean estudios o ensayos es ficción. Incluso las autobiografías, me atrevo a decir.
Pero a lo que vamos: que no haya ninguna ficción que pueda superar lo que sucede en el mundo parece ser una claudicación, un darse por vencido, un “nos hemos quedado sin ideas y ahí afuera hay muchas”. Lo que me gusta de todo esto es que no habría oferta de crónicas si no hubiese interés por saber lo que sucede en el mundo. Parece una respuesta a las ficciones light, creadas para el común de los lectores, nivelando hacia abajo, hacia la mediocridad, algo que en seguida Umberto Eco se apresuraría a decir que no es nada nuevo, que viene siendo así desde que se inventó la imprenta, y tendría razón. La crónica parece una respuesta, sobre todo, al tratamiento parcial y edulcorado que los medios están dando a la realidad. Otras aproximaciones al mundo hay y ha habido, como las historias de las películas “basadas en hechos reales”, por lo general con una soporífera moralina, o con el objeto de ensalzar ciertos heroísmos de andar por casa o de advertirnos de la presencia de peligros que, finalmente, son vencidos gracias a la seguridad que da pertenecer a una patria disciplinada donde el orden es refugio de hombres de bien. Nada, en cualquier caso, que pinte un panorama desolador que nos haga hacernos preguntas. La crónica es quizá la manera de estar enterados de qué sucede ahí fuera sin perder de vista la literatura. Porque sería todavía más desmoralizador renunciar al arte por tener preocupaciones que lo ponen en segundo plano. Quizá porque, más que nunca, faltan las respuestas a quienes, a pesar de todo, se empeñan obstinadamente en seguir haciéndose preguntas.
Una vez más, porque el género de la crónica periodística parece retomar su vuelo con fuerza, se habla de la muerte de la novela. Como no. Es tema que me toca bastante los cojones, por hablar bien castizamente. Por un lado, el escritor que dice que la novela ha muerto, una de dos, o habla de todas menos las suyas, o habla de todas incluidas las suyas; en este segundo caso, ¿no sería más sincero admitir que él ha muerto como novelista, que es incapaz de estar a la altura? Si la muerte de la novela es afirmación de críticos y estudiosos, seguramente conlleve una sensación de alivio: “ya nadie escribe novela, no solamente yo que nunca supe”, y a la vez una sensación de falta de incentivo porque, admitámoslo, debe ser duro y frustrante estar constantemente expidiendo certificados de defunción, no encontrar más que novelas que apetezca cerrar inmediatamente. A mí me ha pasado con algún que otro libro recién editado -o por editar, leído por compromiso, y suele coincidir en ellos que el autor me dice que ha sido pensado para vender, y no como excusa, sino con orgullo-.
Mientras, según los apocalípticos de siempre, muere la novela, hay que ir pensando en las segundas nupcias con la crónica periodística, donde podemos encontrar aportes inteligentes, vistazos a la realidad menos grata, la de debajo de la alfombra, ahora con el visto bueno de las importantes editoriales.

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