jueves, 10 de enero de 2008

Ante el espejo

Estás viejo y no tienes ni una arruga. Bueno, quizá alrededor de los ojos, cuando sonríes. Pero nunca sonríes. Pierdes el pelo por las preocupaciones, porque las tienes, a juzgar por el tiempo que pasas fumando en la cama, mirando el techo, porque las tienes, a juzgar por la falta de ganas de levantarte cada mañana, por esta cara que traes al espejo cuando por fin decides dejar la cama y afeitarte cuando te afeitas y peinarte y limpiar los pelos del lavabo cuando te peinas y llorar viendo que nada cambia nunca en tu vida, sólo tu calva que crece, cuando lloras, que es todos los días.
Pierdes el pelo por las preocupaciones, porque las tienes, pero no sabes bien cuáles son. Ni hipotecas ni hijos ni ataduras de ningún tipo, sólo unas tremendas ganas de no hacer nada, sólo este espejo, que te recuerda que no eres nada, que eres lo que nadie quiere ser, que no eres ni minimamente listo ni minimamente atractivo ni minimamente feliz, que eres lo que nadie quiere ser, no tienes un trabajo del que quejarte ni con el que presumir que andas siempre muy ocupado, según convenga, ni una mujer, cualquiera, que venga a echarte un polvo los martes y los jueves y cierre la puerta sin un beso.
El espejo te lo dice, te lo está diciendo, pero te resistes a entender, no le escuchas, no quieres escuchar, el espejo te insulta con sus respuestas, conoce cada una de tus preocupaciones, porque las tienes, quién duda que duela más la verdad que la mentira, no serás tú, el espejo te agrede, la verdad te agrede, está ahí, provocando, desafiante, fría como la taza del váter, no consigues desviar tu mirada, te atrapa ahí dentro, eres lo que nadie quiere ser, te lo repite y no consigues que calle ni con este puñetazo desesperado que ha desfigurado tu cara, cruzándola de rajas y grietas que ya tenías... Porque las tienes.

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